Ayer, como todos los 2 de noviembre celebramos en el calendario litúrgico la conmemoración de los fieles difuntos. La iglesia nos invita a recordarlos y elevar una plegaria por ellos. El primero en abrir camino fue el monje benedictino San Odilón de Francia en el año 998, como una práctica obligatoria en su comunidad, debían ofrecer limosnas, oraciones y sacrificios por las personas fallecidas. Todos tenemos familiares, amigos, seres queridos que han muerto. Despedir a un familiar es algo triste porque no lo vemos más en este mundo. Lo que vivimos con ellos queda para siempre en nuestro corazón. Y qué lindo que así sea. Los momentos compartidos, sus palabras, los desafíos, las alegrías, logros, todo lo que significó vivir, porque vivir es encontrase y hacer el camino juntos. 

Para los cristianos, la muerte no es una desgracia ni la clausura de la vida, por el contrario, es un "don de Dios", "una bendición", un verdadero llamado a empezar un camino nuevo. La muerte no suspende la vida dejándola en puntos suspensivos. La vida sigue y continúa de otro modo. Jesús, el Hijo de Dios, vino a vencer la muerte llegándose a los hombres. En el capítulo 11 de Juan, ante la angustia de la muerte de Lázaro, su amigo, se proclama como "la resurrección y la vida". Este fue su último signo de su ministerio público, para mostrar a los hombres que este es el destino del creyente. Jesús es la esperanza de los hombres que se hizo carne para abrirnos el camino al Padre. 

El papa Francisco hace unos años comentaba en el día de los difuntos: "la muerte no es la última palabra, ni el sepulcro, ni la tristeza, ni la desesperanza: la última palabra es vida, resurrección, alegría, gozo, paz, esperanza".

San Francisco de Asís cuando escribe el cántico al hermano sol afirma: "Loado seas mi Señor por aquellos que perdonan por tu amor y soportan enfermedad y tribulación" "Loado seas mi Señor por nuestra hermana la muerte corporal de la cual ningún hombre viviente puede escapar". 

Juan Pablo II al visitar por primera vez el cementerio de Madrid, en unos de sus viajes afirmaba: "La vida es ese camino que vamos haciendo hasta llegar algún día a los brazos del eterno Padre". Él nos espera en ese abrazo final.

Despedir a un difunto es sentir la mezcla extraña de esa tristeza y angustia mezclada con la esperanza. Aunque ese Reino parece muy lejano pero es cierto y es real, porque Jesús vino a inaugurarlo.

 

Por P. Fabricio Pons
Párroco de Santa Bárbara, Pocito