Día a día, los pasillos del cementerio de la Recoleta se atestan de turistas curiosos que se acercan a conocer los mausoleos de los personajes más importantes de la política y aristocracia argentina. En una especie de ‘necromanía’, la atracción por ver dónde descansan los restos de quienes en vida marcaron parte de la historia del país es realmente impactante. En ese contexto, una de las tumbas que más llama la atención es la de Salvador María del Carril. Y es que esconde una tormentosa relación de pareja.

Siendo gobernador de San Juan impulsó una constitución laica, cosa que terminó originando su caída y posterior partida a Buenos Aires. Fue también el primer vicepresidente que tuvo la Nación, ministro de Hacienda y uno de los impulsores del fusilamiento de Dorrego.

El 28 de septiembre de 1831 se casó con Tiburcia Domínguez en la iglesia de Mercedes, Buenos Aires, cuando él tenía 33 años y ella apenas 17. La relación entre ambos nunca fue muy buena. De todos modos siempre se las ingeniaron para salir adelante. De hecho, tuvieron siete hijos.

 

Salvador María del Carril

 

Según cuenta la leyenda, a Tiburcia le gustaba el lujo, por lo que asiduamente realizaba compras compulsivas y no tenía inconvenientes en derrochar el dinero. En cambio, su marido era mucho más modesto y moderado en ese aspecto. Esa situación generaba malestares constantes en la pareja, terminando siempre en fuertes discusiones.

Los gastos desmedidos llegaron a su fin de manera abrupta cuando Del Carril decidió tomar una drástica medida: publicó en los diarios de la época una solicitada en la que aseguraba que no volvería a hacerse cargo de las deudas de su mujer. Como era de esperarse, todo terminó en escándalo. Sintiéndose terriblemente humillada, decidió no volver a dirigirle la palabra. Y cumplió.

Jamás se separaron, porque era inaceptable para la época, pero ella nunca volvió a hablar con él. De hecho, ni siquiera le dirigía la palabra a sus hijos cuando su marido estaba presente. Las salidas eran normales, en apariencia para la alta sociedad, pero Tiburcia siempre mantuvo el silencio… ¡durante 30 años!

Tiburcia Domínguez

 

Salvador María del Carril murió en 1883, de pulmonía. Dicen las malas lenguas que la mujer se limitó a preguntar cuánta plata le había dejado, y si ya podía comenzar a gastar.

Pese al rencor que todavía la acompañaba, mandó a construir un magnífico mausoleo para su marido en el Cementerio de la Recoleta, con una estatua de su marido, sentado en un sillón.

Ahí, libre de culpa, repartió la herencia entre sus descendientes y el resto lo gastó en la compra de un enorme palacio de tres pisos, con una lujosa capilla, que decoró minuciosamente. También se dedicó a viajar y a realizar esas cosas que tantas veces le habían reprochado.

 

Tiburcia murió quince años después que su marido, no sin antes hacer un pedido muy especial que dejó plasmado en su testamento. La mujer, todavía dolida, pidió que su busto fuera colocado de espaldas al monumento de su esposo.

“No quiero mirar en la misma dirección que mi marido por toda la eternidad…”, fueron sus palabras poco antes de partir.

Su deseo fue cumplido y al día de hoy cada visitante puede observar el mausoleo ubicado en uno de los cementerios más destacados del mundo. Una relación en la que, sin dudas, triunfó el rencor.