Erró todos los pronósticos. Dijo en enero de 2020 que no había "ninguna posibilidad" de que el coronavirus llegara a la Argentina. Se rectificó pronto, pero se jactó de que el Covid le preocupaba "menos que el dengue". Con la crisis estallada, dijo que el pico de casos llegaría en mayo. Después en junio, después en julio. Prometió tener vacunadas a 10 millones de personas en diciembre, pero se acaba febrero y apenas 400.000 personas consiguieron aplicarse una de las preciadas dosis.

Los vaticinios fallidos de Ginés González García se habían convertido en un rasgo casi folclórico de la gestión pandémica de un gobierno desbordado por la emergencia y urgido por conseguir un bien escasísimo en el mundo. Pero su tiempo se agotó de manera fulminante horas después de que el periodista Horacio Verbitsky contó en público que había logrado vacunarse por una gentileza del propio ministro.

La revelación significó un misil para la credibilidad de González García y ensombreció el plan de vacunación que el presidente Alberto Fernández considera la prioridad número 1 del año. La existencia de una sala VIP en el propio Ministerio de Salud para vacunar a amigos del poder expone al Gobierno ante una sociedad que llora a diario 200 muertes y tiene a miles de personas en riesgo de vida que hacen colapsar los sitios web de inscripción con la esperanza de alcanzar el soñado antídoto.

El desparpajo de la vacunación acomodaticia había salido a la luz esta semana con el escándalo en Santa Cruz por el caso del diputado kirchnerista Juan Benedicto Vázquez y el intendente Federico Bodlovic (de Piedra Buena). Pero abundan las sospechas de que los frasquitos de la Sputnik V se reparten inescrupulosamente como ofrendas del poder ("por debajo de la mesa", como había denunciado en primera persona Beatriz Sarlo), por fuera de los criterios epidemiológicos establecidos por el propio Ministerio de Salud que condujo González García. Con el correr de las horas empiezan a aparecer más nombres de privilegiados: sindicalistas, ministros, dirigentes sociales, legisladores.

La tentación de darse la inyección había sido enorme para que el propio Presidente, Cristina Kirchner, Axel Kicillof y decenas de otros dirigentes de alto rango se fotografiaran en el vacunatorio. El argumento oficial: que el gesto y su difusión masiva implicarían un impulso para eliminar miedos en la sociedad y garantizar el éxito de la campaña de inmunización.

A Horacio Rodríguez Larreta, que prefirió no subirse a esa ola y atarse a un criterio técnico en el reparto, lo castigaron en público al punto de acusarlo de activista "antivacunas" (Mariano Recalde dixit).

Fuente: La Nación