"Tuvo San Juan boxeadores ilustres… que convocaron pasiones por las cuales bien merecieron los máximos honores…". 

Tuvo San Juan boxeadores ilustres, varios campeones argentinos y sudamericanos y algunos que, aunque no llegaron a ese sitio, convocaron pasiones por las cuales bien merecieron los máximos honores. Esto es como el arte, hay exponentes que llegan a la cima y no suscitan pasiones y al poco tiempo casi nadie se acordará de ellos, no dejarán obras imperecederas ni ellos llegarán a ser clásicos; esos misterios de lo popular.

Entre los campeones, pude conocer al gran Raúl Venerdini y, siendo muy niño, a Roberto "maquinita" Castro, creo que el primer sanjuanino que logró el centro máximo y cuyo pseudónimo entiendo que proviene de que parecía una verdadera máquina de lanzar golpes a gran velocidad. 

A Raúl Venerdini lo vi ganar el cetro argentino y sudamericano y lo conocí también por su vinculación con el fútbol; él fue a la vez jugador de Marquesado y luego árbitro. A "maquinita" Castro, porque mi padre me llevó a verlo cuando expuso triunfalmente su corona en el Luna Park. 

Pero hubo una época de la adolescencia cuando no teníamos un mango partido por la mitad y nos perdimos todas las peleas del enorme Elio Ripoll, noqueador tremendo y del Colorado Montané, vecino del barrio, la Villa Zavalla; otro que terminaba los combates con un golpe demoledor, que competía con el seudónimo de Dante Rodríguez, creo que para que su familia no se enterara que boxeaba.

El escenario era un improvisado estadio de grandes tribunas de madera, ubicado donde luego se edificó el Hotel Nogaró, baldío de Rivadavia y General Acha. Entonces, porque no quedaba otra, nos íbamos con los muchachos hasta la vereda del estadio a compartir los bramidos y aplausos que llegaban hasta la calle y el inconfundible estallido del nocaut.

Elio y el Colorado fueron espectaculares en la definición de sus combates, por la violencia de sus golpes. Épocas de Federico Guerra, Víctor Echegaray, Federico Ripoll y los hermanos Raúl y Rodolfo Catalini entre otros ídolos; mañanitas de soderos y lecheros ambulantes, de los bailes de carnaval de la Libanesa, de la salida de los cines el trasnoche y la gente ingresando al corazón de la plaza Veinticinco, entonces cercada por confiterías, heladería y lugares de show.

Temblamos desde la vereda, al son de las palpitaciones del viejo estadio. Nuestro invicto Ripoll enfrenta al puntano José Balbi. Llega desde el corazón del repleto escenario de tribunas de madera ecos irreconocibles. Elio pierde el invicto por un golpe recibido en la glotis, que lo deja sin respiración. Bajo el influjo de la desenfrenada pasión y el fanatismo, la gente quiere linchar al oponente.

 

Por el Dr. Raúl de la Torre
Abogado, escritor, compositor, intérprete.