Esta sintética frase que describe tan bien la relación entre el afecto y la economía, es válida también para la industria minera. Está demostrado en el amplio y excelente estudio de la Consultora Poliarquía encargado por la Cámara Argentina de Empresarios Mineros y expuesto esta semana en San Juan por el Lic. Ernesto Cussianovich. Cuando la gente percibe que puede ser destinataria de algún beneficio directo o indirecto de la actividad, puestos de trabajo o contratos, simpatiza y ve a la minería como algo positivo. Cuando está lejos tanto geográfica como económicamente, se pone en la vereda de enfrente. Hay un hecho relevante, un problema de inercia estadística que no solamente afecta a la minería sino a todo el país sea desde el punto de vista electoral, en la producción y lo social: el 38% de la opinión pública de la Argentina radica en la provincia de Buenos Aires y el 8% en la Ciudad de Buenos Aires. Ese 46% no tiene forma de ser equilibrado con, por ejemplo, un distrito como San Juan, que apenas representa el 1,8%.No es necesario decirlo más claro pero preferimos abundar. Los “problemas de comunicación” atribuidos a la minería, no son otra cosa que exigencias de pauta publicitaria de los llamados grandes medios nacionales.

La gente no relaciona el hierro o el cemento de su casa con la minería.

En cierta ocasión, en una reunión social en la provincia de Mendoza, departí con amigos porteños y, preguntado sobre la minería, se inició una discusión que cerré con esta expresión: “Lo que ocurre es que el circuito de las explotaciones se inicia en San Juan, sigue en Santiago de Chile, hace escala en Lima, Perú y termina en Toronto, Canadá, no pasa en absoluto por Buenos Aires”. Mis interlocutores se pusieron pálidos como cuando a uno le pegan una trompada en el hígado. En otro momento, me encuentro en Buenos Aires con un amigo que me pregunta por la situación de la minería, “muy bien” le respondí (en aquél momento realmente esto era una fiesta), tras lo cual me dice “tirame un lingote”. Las causas verbalizadas son: la contaminación, el cuidado del agua y del medio ambiente. Las razones de fondo: que no les llega el goteo de riqueza que desearían y que los porteños no admiten que esa riqueza pueda ser patrimonio de una provincia sin que el resultado les llegue también a ellos. Ellos son el país, ellos son la opinión pública y la publicada. Cuantitativamente tienen razón. El “homo económicus” prevalece ante el “homo ecológicus” o en criollo, antes la billetera que la belleza, billetera mata galán. Ahora, ¿cuál debiera ser el remedio? ¿Atender sus reclamos y sugerir tanto a empresas como al Estado que pongan dinero para que los juicios sean por lo menos más equilibrados? ¿Sería justo seguir girando fondos desde provincias al sector más rico de nuestro país? ¿Seguir manteniendo la sangría del interior hacia una capital que no produce nada sino que concentra el poder financiero y político? ¿Seguir incrementando el elefantismo de esa aglomeración urbana expulsando gente desde el interior por falta de trabajo u oportunidades? No parece sensato, ni para ellos ni para el país. No obstante hay algunos trucos que denotan también cosas interesantes. Cuando en lugar de hablar de “minería” se habla de “industria minera”, los números saltan hacia el sector positivo de las encuestas. Es decir, la palabra industria, sea por la razón que fuere, resta carácter negativo en un 20%. Si además se agrega la palabra “desarrollo” la mejora es todavía mayor y más aún si se agrega “provincia”. Hablar de “desarrollo industrial minero provincial” sería la clave para ablandar esos números duros con que se califica a la actividad en los grandes centros urbanos y que a veces meten miedo a los CEOS de las compañías o dejan sin dormir a los gerentes.

 

La minería no es la única denostada en esas encuestas, también lo son la agricultura con defoliantes o agroquímicos y la extracción de petróleo. Pero ¿qué pasa?, los productos del agro se pueden ver en la mesa familiar y la nafta se carga cada tanto en el tanque del auto, hay una relación cercana de esos elementos con la vida cotidiana. ¿Por qué no se advierte que el auto entero es resultado de minerales, desde las cubiertas hasta los plásticos pasando obviamente por los metales? “Yo te adoro” dice la canción de Armando Manzanero, yo te cubro del mismo oro conque se diseñan los anillos de casamiento. Oro, popular para la poesía pero impopular en la industria. Otro detalle es el agua. La agricultura es la que más “consume” agua. Entre comillas porque como nos enseñó el químico Lavoisier “nada se crea, nada se pierde, todo se transforma”. La geógrafa Graciela Keskiskian, relató en la misma charla que el planeta tiene, desde que fue creado, la misma cantidad de agua. El geólogo Ricardo Martínez lo dice de otra forma: “¿hay agua en el espacio?” No, entonces nada se escapó, todo lo que está en nuestro planeta sigue aquí, incluso el agua. Pueden variar su calidad, estado o localización, un glaciar se puede transformar en agua o vapor, el vapor en nube, esta ser desplazada por el viento y precipitar en otro lugar. Pero nadie “gasta” agua de manera definitiva.

 

En la reunión en que Jaime Bergé, presidente de la Cámara Minera de San Juan, y Marcelo Álvarez, presidente de la Cámara Argentina de Empresarios Mineros, presentaron a la sociedad el protocolo llamado Hacia una Minería Sustentable, HMS, conocimos otro hecho. Los ciudadanos desconfían tanto de los controles del Estado como de los de otras organizaciones prefiriendo los propios. El problema es que, cuando se los llama a trabajar, no asisten, “que lo hagan otros”. Puede ser una de las patas flojas del plan, que pone el acento en verificaciones independientes tanto de la política como de otras pertenencias sectoriales y necesita la credibilidad que confieren los voluntarios ajustados solo a datos científicos. El trabajo de voluntariado asistido solo por viáticos y gastos no es muy popular entre nosotros. ¿Cambiará esta vez? Hay que tener fe.