El papa Francisco proclamó ayer santos en una ceremonia en Fátima a los dos hermanos pastorcitos, Jacinta y Francisco, que junto con su prima Lucía presenciaron las apariciones de la Virgen hace 100 años.
Al inicio del acto en Portugal, el obispo de Leiria-Fátima, António Marto, pidió al Papa que inscribiese a Francisco y Jacinta en el libro de los Santos.
Posteriormente, el pontífice leyó la tradicional fórmula, pero esta vez de manera excepcional la leyó en portugués y no en latín. ‘Tras haber largamente reflejado, invocado varias veces el auxilio divino y escuchado el parecer de nuestros hermanos en el episcopado, declaramos y definimos como santos a los beatos Francisco y Jacinta Marto, los inscribimos en el Libro de los Santos y establecemos que en toda la Iglesia ellos sean devotamente honrados entre los santos‘, proclamó Francisco en portugués.
Durante la procesión que abrió la ceremonia, las reliquias de Francisco y Jacinta, que murieron con 9 y 10 años, se colocaron junto al altar con la imagen de la Virgen. Los relicarios con forma de ampolla de cristal contenían un mechón de pelo de Jacinta y un fragmento de hueso de la costilla de Francisco y fueron colocados en el altar. Francisco y Jacinta se convierten así en los primeros niños santos por obrar un milagro y no por ser considerados ‘mártires‘.
El milagro por su intercesión que fue aprobado para poder ser santos es la curación del niño brasileño, Luca Baptista, que sufrió una grave lesión cerebral al caer por una ventana en marzo de 2013, cuando tenía 5 años. Sus padres, João Baptista y Lucila Yuri, procedentes del municipio de Juranda, en el estado de Paraná, rezaron a los pastorcillos de Fátima y el niño se recuperó de una ‘manera inexplicable para la ciencia‘.
En la homilía de una gran misa al aire libre, Francisco oró para que la Virgen proteja a los miembros más vulnerables de la sociedad ‘especialmente a los enfermos y a los discapacitados, a los presos y desempleados, a los pobres y a los abandonados‘.
El santuario de la localidad portuguesa de Fátima acogió a medio millón de peregrinos de 55 países, atraídos por la visita del Papa con motivo del centenario de las apariciones marianas a tres pastorcillos portugueses y la canonización de dos de ellos.
Entre una cerrada ovación de los 500.000 peregrinos que presenciaron la misa, el obispo de Leiría-Fátima, Antonio Marto, se refirió a Francisco como una voz ‘capaz de abatir muros‘. Antes de celebrar la misa, el Papa había visitado las tumbas de Francisco y Jacinta, y de Sor Lucía, quien después transcribió los llamados tres secretos revelados por la Virgen hace cien años. Lucía, la mayor de los tres pastorcitos, vivió hasta los 97 años.
Murió en 2005 y está en proceso de beatificación. Los dos pastorcitos canonizados murieron de pequeños por una epidemia de gripe.
En cuanto a los tres secretos, el primero se refería a una “visión del infierno” para denunciar el ateísmo y las persecuciones contra la Iglesia. El segundo, evocaba “una guerra todavía peor” a la que estaba teniendo lugar en 1917 y la “conversión de Rusia”, en aquel momento sacudida por la revolución bolchevique. El tercer secreto contenía una visión sobre el atentado perpetrado contra Juan Pablo II en la plaza de San Pedro de Roma, el 13 de mayo de 1981.
Niño ‘natural y pacífico’
Francisco Marto (1908-1919), uno de los pastorcillos que aseguró haber visto a la Virgen en Fátima en 1917, dedicó su corta vida a la tarea de consolar a Jesús por los pecados del mundo.
El niño asistió a las apariciones de la Virgen junto a su hermana Jacinta y su prima Lúcia, una vivencia que le impresionó hasta tal punto que en los dos años que vivió tras las apariciones dedicó su vida a rezar el rosario para intentar acabar con el sufrimiento de Dios.
Francisco nació en 1908 en la aldea de Aljustrel, en Fátima, en el seno de una familia humilde y católica dedicada al campo.
‘Francisco era natural, pacífico y condescendiente‘, relataba su prima Lúcia (la tercera de los pastorcitos), quien contaba que le encantaba tocar el pífano, una pequeña flauta que llevaba siempre encima. Al igual que su hermana, no frecuentaba la escuela y se dedicaba a cuidar del rebaño de la familia en un descampado llamado Cova da Iria, donde aseguró que había asistido a seis apariciones de la Virgen, entre el 13 de mayo y el 13 de octubre de 1917.
Esta vivencia dejó completamente impresionado a Francisco, que quedó marcado por una de las misiones que les había encomendado la Virgen: la de consolar a Jesús por los pecados del mundo.
Con paciencia afrontó Francisco los días que los tres videntes pasaron en la prisión de Vila Nova de Ourém bajo constantes interrogatorios sobre lo que les había contado la Virgen, donde, según contaba Lúcia, el niño ‘se mostró bastante animado e intentaba animar a Jacinta en los peores momentos‘.
En el otoño de 1918, Francisco y su hermana Jacinta cayeron enfermos de la conocida como gripe española y no tardaron en fallecer, algo que la Virgen ya les había revelado durante las apariciones. Francisco murió el 4 de abril de 1919, al día siguiente de recibir la comunión.
‘Era mimada y caprichosa’
Jacinta Marto, una de los dos niños pastores testigos de las apariciones marianas, fue la más obsesionada con salvar a los pecadores, por los que se impuso duras penitencias que pusieron fin a su hasta entonces carácter risueño.
Las descripciones de la niña -que tenía 7 años cuando comenzaron los relatos de las apariciones de Virgen en mayo de 1917-, destacan su vitalidad y energía, su pasión por el baile y su enorme rivalidad cuando de jugar se trataba, sobre todo, con su prima Lúcia, la tercera vidente de Fátima.
‘Era mimada, caprichosa, con mucha energía, inquieta, sensible y con espíritu abierto de artista‘, cuenta el periodista Manuel Arouca, uno de los pocos expertos en Portugal sobre la figura de Jacinta. Arouca asegura que la pequeña dejó de golpe sus habituales aficiones, como bailar o jugar, para entregarse a duras penitencias, que llevaba ‘hasta el límite‘ en su afán por salvar a pecadores.
Las más ‘cotidianas‘ eran realizar ayuno, negarse a beber incluso cuando pasaba jornadas particularmente pesadas bajo el sol para pastorear y, de forma ocasional, otras penitencias ‘que le causaban mucho dolor físico‘.
Las apariciones acaban para siempre con su desenfado, y se convierten, ante todo, en un secreto que no puede contener. Pese al pacto establecido entre los tres niños pastores, Jacinta es la primera en revelar que vieron una presencia que ‘brillaba como el sol y era de una inmensa belleza‘. A partir de ese momento, su energía para los juegos deja paso a una gran ‘espiritualidad‘. Se encierra en las penitencias y el rezo, preocupada por los pecadores, mientras se suceden los interrogatorios de la Iglesia y el poder político ante la creciente curiosidad de los vecinos. Falleció el 20 de febrero de 1920, a pocos días de cumplir diez
años.