Hacía más de dos años que gobernaba el país don Hipólito Yrigoyen. La gente atravesaba momentos difíciles. La Primera Guerra Mundial (1914-1918) había traído desocupación, miseria y una gran intranquilidad gremial. Un hecho histórico influía sobre la explosiva situación en la República Argentina: la Revolución Socialista Soviética, que hallaba numerosos adeptos en nuestras organizaciones obreras. Salarios insuficientes, largas jornadas de trabajo, explotación de mujeres y niños y el hecho de que el 80% de las familias obreras ocupaban una sola pieza. En este clima cualquier suceso podía ser la chispa que provocara un incendio. Lo fue la huelga que mantenían los obreros de los establecimientos metalúrgicos de Pedro Vasena (posteriormente Tamet SA). El 10 de enero un grupo de trabajadores se hallaba allí estacionado; una piedra salió del grupo rompiendo una vidriera de la fábrica. Eso pareció ser la señal para que se produjera un estado de locura colectiva. De pronto se oyeron algunos disparos cayendo varios trabajadores, con lo cual se desató una ola de violencia.

La Federación Obrera Regional Argentina decretó una huelga general. Las fuerzas de línea ocuparon las calles, mientras los huelguistas asaltaban los tranvías obligando a sus conductores a abandonar el trabajo. Piquetes de soldados y bomberos estaban listos para reprimir cualquier intento. El recién designado Jefe de Policía pidió cordura y serenidad, pero recibió una puñalada y su auto volcado e incendiado. Enardecido los ánimos llegaron policías, bomberos, soldados de infantería y del escuadrón, portando dos ametralladoras y un cañón. Después de cinco horas, el baño de sangre se había desatado. Un crucero y un acorazado de la Marina de Guerra desembarcaron refuerzos que sumaron 2.000 hombres al personal de la ciudad. Al atardecer del 9 de enero, el Comandante de la 2¦ División con asiento en Campo de Mayo, general Luis Delepiane, baja a la Capital y es nombrado Jefe Militar. A las tropas a su mando concentradas especialmente en la Plaza del Congreso, les asignó funciones auxiliares; el transporte ferroviario y servicio público, quedaron confiados a la Marina. No obstante los piquetes de huelguistas detenían a los carros que vendían leche, carne y verduras; no había transportes, espectáculos públicos y diarios. Los canillitas pudieron vender únicamente “La Vanguardia” y “La Protesta”. Lo que pedían los huelguistas era: jornadas de 8 horas, aumento entre el 20 y el 40%, pago de las horas extras, readmisión de los obreros despedidos y abolición del trabajo a destajo. La empresa ofreció jornadas de 9 horas, 12% de aumento y admisión de cuantos quisieran trabajar. Posteriormente el señor Alfredo Vasena, director de la fábrica concurrió al despacho del señor Yrigoyen, donde aceptó la totalidad del pliego de condiciones de los obreros. El Forum del 9º Congreso, ordenó la vuelta al trabajo.
El jueves 16 de enero la situación estaba prácticamente normalizada, las tropas volvieron a sus cuarteles y los obreros a sus trabajos, pero la Policía ese mismo día allanó y saqueó el local de un sindicato y también el diario “La Protesta”. Después de un tiempo, a iniciativa del Episcopado Argentino y bajo el lema “Tropasocial”, La Unión Popular Católica lanzó la idea de una gran colecta nacional destinada a proporcionar fondos para un plan de obras, y el futuro de esa contribución fue, entre otros, el Ateneo de la Juventud y la Casa de la Empleada. Buenos Aires fue dejando en el olvido esa terrible pesadilla, enterró a sus muertos, limpió sus calles, pero quedó flotando en el aire por largo tiempo, un aroma inconfundible acariciando el dolor de la ciudad.
Carlos R. Buscemi – Escritor y docente
