La experiencia nos indica que existen palabras que solas no dicen mucho (ejemplo: blanco). Otras en cambio, pueden comunicar pensamientos, ideas, sentimientos. Son palabras cuyo poder comunicacional está en la carga emocional que despiertan. Cito dos que concentran nuestra atención en estos últimos tiempos: patota y manada. No son neutras ni ingenuas. Por el contrario, dicen mucho en determinados contextos: adolescente fue violada por una manada de jóvenes; una patota atacó a un joven a la salida de un boliche. Patota y manada, dos palabras que ocupan cada vez más espacio en las noticias policiales. Gramaticalmente, son sustantivos cuya función es nombrar personas, lugares, cosas. Sin embargo, dado los hechos a los cuales se los asocia, más bien califican actitudes de un grupo de personas. Actuar en manada o en patota, supone masificación, desmanes, agresiones, abusos en lugares públicos, propio de una rebeldía transgresora y violenta.
La gravedad de las conductas que comunican nos interpela como ciudadanos. A pesar de ello, pareciera que el debate se agota en reclamar sanciones ejemplares, demonizar deportes, clausurar locales. Prohibir, castigar, clausurar, son verbos que siguen la lógica del día después, pero no siempre muestran capacidad para adelantarse a los acontecimientos.
Sabemos por los aportes de la Psicología, que la rebeldía de los jóvenes, es el estado natural por el que transita esta etapa de su vida. Rebelarse implica oponerse a mandatos y normas. No pareciera entonces que la solución a esta violencia colectiva pase solo por la sanción y prohibición. En el fondo, no deja de ser una llamada a nuevas rebeldías. Al mismo tiempo de sancionar, analizar los límites en el uso del cuerpo en el deporte, exigir mayor responsabilidad social en los dueños de los lugares de diversión, debemos dar un paso más y concentrarnos en la prevención. Un camino puede ser trabajar a la inversa: en vez de ahogar y censurar, promover cierta rebeldía en los jóvenes. La educación en este punto, tiene un rol clave. Claro está que para ello debemos revisar nuestros conceptos previos sobre la valoración de la rebeldía y su enseñanza en el aula.
<BF>* 1. Revisando nuestros conceptos.<XB> ¿La rebeldía es un defecto o una virtud? Es el planteo que propone del Dr. Castillo Ceballos, (pedagogo y docente de la Universidad de Navarra). Históricamente, la rebeldía tiene una carga negativa asociada al desacato, la transgresión y el desafío a la autoridad. Claro está que la rebeldía transgresora no surge de la nada. Es el resultado de una combinación peligrosa: la influencia de los pares, los errores en la educación familiar y cierto dogmatismo en el aula.

La rebeldía sana que propongo en estas líneas, emerge en la etapa de la adolescencia superior (para algunos a partir de los 17 años), junto a la aparición de los grandes ideales, y es asumida como obligación moral. Rebelarse entonces no será sinónimo de masificación, cobardía y violencia. Por el contrario será la respuesta personal, valiente, pacífica, libre, frente a injusticias sociales o arbitrariedades. Los verbos que mejor conjuga esta sana rebeldía: discutir ideas, debatir, criticar, participar, proponer, son indispensables para promover nuevos liderazgos éticos y democráticos.
Hablo de la rebeldía como virtud. Y cuando hablo de virtud me refiero a ese hábito que nos inclina al bien. No es una inclinación automática ni mero acostumbramiento pasivo propio de la costumbre. Por el contrario, en la virtud hay una decisión personal que nos lleva a hacer el bien, por eso supone una perfección de la libertad. Esa sana y virtuosa rebeldía es la que necesitan nuestros jóvenes, para decir no al patoterismo y rebelarse contra estas actitudes despersonalizadas y violentas de sus propios pares.
<BF>* 2. Enseñando una sana rebeldía. <XB>Despojados de prejuicios, los docentes debemos promover en nuestros alumnos, el discernimiento moral, el juicio crítico, la capacidad de disentir, la libertad de conciencia y esa sana rebeldía que forme ciudadanos, empáticos, audaces y comprometidos en la construcción de una sociedad justa. Claro está que necesitamos revisar nuestros paradigmas pedagógicos: No somos el agua que llena un vaso, simplemente porque el cerebro no es un vaso, sino una lámpara para encender. A eso estamos llamados.

Por Miryan Andújar
Abogada y docente del Instituto de Bioética de la Uccuyo
