Una serie de anuncios dirigidos a los votantes latinos lanzados por un grupo demócrata ha creado un gran revuelo al comparar al presidente Donald Trump con los dictadores Fidel Castro, Hugo Chávez, Nicolás Maduro y Augusto Pinochet. La comparación es exagerada, pero plantea algunas preguntas válidas. Los anuncios, dados a conocer por el comité de acción política (PAC) demócrata Priorities USA, presentan videos de inmigrantes venezolanos y cubanos, y circulan en Facebook, Twitter y Google.

Los anuncios comienzan con el mensaje, "¿Qué es un caudillo? Un autoritario, un demagogo, un dictador". Muestran imágenes de discursos incendiarios de Chávez y Castro insultando y humillando a sus rivales políticos, atacando a los medios y sugiriendo que permanecerán en el cargo más allá de sus términos constitucionales. Acto seguido, los anuncios muestran videos recientes de Trump diciendo prácticamente las mismas cosas, incluyendo un discurso del año pasado diciendo: "Según las reglas normales, me iré en 2024, pero quizás tengamos que ir a un período adicional”.

Los anuncios son injustos. Equiparar a Trump con Castro, Chávez o Pinochet es injusto, porque Trump no usa uniforme militar, ni ha clausurado el Congreso, ni ha cerrado periódicos independientes ni cadenas de televisión. Y los comediante políticos, que generalmente son las primeras víctimas de dictadores, tienen audiencias récord imitando a Trump. Pero un artículo del 14 de febrero, la revista "Foreign Policy”, enumera varias señales preocupantes sobre la falta de apego de Trump a las reglas de la democracia. El artículo, del profesor de Harvard Stephen M. Walt, argumenta que Trump está llevando a cabo una transformación en cámara lenta a una autocracia.

Entre los síntomas:

  1. La sistemática intimidación a los medios: Trump ha dicho repetidamente que los principales medios de comunicación son los "enemigos del pueblo” y constantemente trata de degradar e intimidar a la prensa. Esa es una de las primeras cosas que hicieron Castro, Chávez y Pinochet: silenciar a los medios independientes.
  2. La demonización de la oposición: Trump insulta y demoniza a sus rivales políticos. La semana pasada, Trump dijo en Arizona que el aspirante presidencial demócrata Tom Steyer es un "idiota”. También les pone apodos, a menudo burlándose de su apariencia física. Suele retratar a sus rivales domésticos como antipatrióticos, y como amenazas a la seguridad nacional. Lo mismo que hacían Castro y Chávez.
  3. La creación de un enemigo externo: Trump comenzó su campaña presidencial de 2016 alegando, falsamente, que hay una invasión de extranjeros ilegales y que la mayoría de los inmigrantes indocumentados mexicanos son "criminales” y "violadores”. De hecho, la inmigración ilegal ha disminuido en los últimos 10 años, y las tasas de criminalidad entre los inmigrantes indocumentados están por debajo de las de los nacidos en Estados Unidos. Pero, como Castro y Chávez, Trump creó la ilusión de una amenaza extranjera para energizar su base.

Contrariamente a lo que dicen los avisos del comité de acción demócrata, es improbable que Trump se convierta en un Castro, o en un Chávez. Pero nadie puede descartar que, si es reelegido, Trump se convierta en un autócrata moderno, como Vladimir Putin, de Rusia o Recep Tayyip Erdogan, de Turquía. Ese es el verdadero peligro.

 

Críticas a la Justicia

La crítica pública de Trump a los fiscales y jueces que no le gustan se ha generalizado tanto que incluso su ultra-incondicional fiscal general William Barr le dijo a ABC News que los tuits de Trump sobre juicios pendientes "me imposibilitan hacer mi trabajo”. El artículo de "Foreign Policy” concluye que "el punto clave es que las democracias saludables no se enferman ni mueren de la noche a la mañana; colapsan gradualmente, de mil pequeños cortes, cada uno de los cuales parece intrascendente en su momento”.

 

Por Andres Oppenheimer
Columnista del Miami Herald