Como egresado de la Universidad Nacional de Cuyo hace ya cincuenta y tres años, cada vez que tenía oportunidad, hacía alarde del nivel humano y profesional de cada uno de mis recordados profesores. A mis hijos universitarios, y hoy a mi nieto mayor, que también lo es, les contaba como de aquella prestigiosa universidad, muchos docentes dejaron sus apellidos ilustres que hoy los recuerdan. Dieron sus nombres a lugares, institutos científicos y culturales, no sólo en nuestro país, sino también en otros lugares del mundo. Recordar a un profesor de la universidad para mi generación, era como evocar a una especie de prócer, que no sólo nos dio generosamente lo mejor de su vida profesional, sino que también supo afianzar en sus discípulos el concepto de la ética, que lo demostró en su vida privada más allá del ambiente docente.

La ética, según la Real Academia, es una rama de la Filosofía dedicada a las cuestiones morales. Aristóteles consideraba que la ética tiene como finalidad única lograr el bienestar, tanto individual como colectivo, y para alcanzarlo, las diferentes pasiones humanas debían ser precedidas por acciones prudentes, virtuosas y racionales.

Hace unos días causaron estupor los actos de patoterismo cometidos por un docente universitario de la provincia de La Pampa. Increíblemente y usando términos soeces subió a las redes su actitud de haber tirado huevos a la persona de mayor autoridad de nuestro país y jocosamente festejar los insultos proferidos por otros manifestantes. Sea cual fuere el color político de un presidente argentino, su investidura merece, no sólo el respeto del ciudadano, sino también un comportamiento ético para expresar cualquier actitud de disenso respecto a la forma de llevar adelante las políticas del estado.

Sea cual fuere el color político de un presidente argentino, su investidura merece, no sólo el respeto del ciudadano, sino también un comportamiento ético para expresar cualquier actitud de disenso.

La sociedad ha depositado en los profesores de la universidad, su confianza al asignarle la tarea de formar las nuevas generaciones de profesionales universitarios. Cada una de las palabras y actitudes que realiza el docente, intervienen en la formación del alumno. Un profesor debe evitar que sus apegos o aversiones personales influyan en las relaciones con sus estudiantes. Sus conocimientos deben transmitirse idóneamente para optimizar el rendimiento académico de sus alumnos, que además de prestigiar a la institución universitaria, fortalezca el comportamiento moral y ético de los futuros egresados. Así, cuando ejerzan su profesión, deberán haber tomado ya conciencia de que ésta es una condición necesaria para la convivencia armónica de la sociedad.

Este profesor patotero no puede transmitir lo que no practica, porque su conducta docente no obedece sólo a su ámbito profesional, sino que como formador, debe dar ejemplo, comportándose como un ciudadano respetuoso de la ley. Estamos en una época en la cual se dice que se han perdido los valores. Debemos propiciar que éstos sean retomados en el aula, para que los estudiantes, al egresar sean personas comprometidas, no sólo con su profesión específica, sino también demuestren un comportamiento ejemplar, donde se destaquen los valores de la honradez, la solidaridad, la responsabilidad, el respeto y la tolerancia. Normas y costumbres que se están perdiendo y que imperiosamente nuestra comunidad y nuestro país necesitan reconstruir.