En la nota anterior enlacé el gol de cabeza del "Pájaro" Fornari a Bolivia, en las eliminatorias para el mundial de 1974, con el gol, por el mismo recurso, de Aldo Pedro Poy, con el que Rosario Central le ganó a Newells Old Boys en la cancha de River y se clasificó para jugar la final del Nacional de 1971, que después ganó. Este triunfo de Central fue el 19 de diciembre de 1971, fecha que le dio título a un cuento del genial Roberto Fontanarrosa, furioso hincha de los "canallas", gran dibujante y escritor. Y se toma de aquel golazo de "palomita" de Poy, para dejar a la posteridad aquella gran tarde en la cancha de River, frente a su tradicional adversario. El estilo de Fontanarrosa es inconfundible e irrepetible. Respira fútbol por todas sus letras, y refleja la pasión que se vivió en los días previos, en las tribunas, en el partido, y después de él, por parte de los hinchas. "No se hablaba de otra cosa en los boliches, en las calles, en cualquier parte. Y la cosa arrancó con el fato de las cábalas, o mejor dicho, de los maleficios", comienza su relato. Describe cientos de cábalas, acertijos y maldiciones, que llovían en forma de sapos muertos, fotos de los jugadores contrarios pinchados con alfileres, o rociados con sal, "y mi vieja con un pañuelo atado durante diez días haciendo pilato". Y hubo uno, entre la muchachada, que se acordó que un tal viejo Casale había contado alguna vez que Central nunca perdió con "Ñuls" estando él en la cancha. Y fueron a buscarlo. Cualquier cosa era válida para llevar a Buenos Aires, sobre todo porque los de la "lepra" tenían un equipazo. "Esos que ahora hablan, no se acuerdan lo que eran ellos. Pensaban que nos iban a golear. Marito Zanabria, el ‘Mono’ Oberti, ¡qué jugador! Silva, el que era el de Lanús, el albañil. Montes, de cinco, el ‘Cucurucho’ Santamaría. ¡Qué sé yo! No sabés cuántos había en la ruta ese día. Eran miles. Millones. ¿De dónde salieron, si son cuatro gatos locos? Se corrían una fija. El viejo Casale, para colmo, se negó. Había tenido un infarto y dijo que el médico le había recomendado no ir más a las canchas. Trataron de convencerlo, ‘le hicimos la croqueta, pero nada’. Entonces, urdieron un plan ¡para secuestrarlo! Buscaron para eso a un especialista, un tal ‘Colorado’, que era miembro de la OCAL, Organización Canalla Anti Lepra, y que lo habían echado por fanático, ‘así que date cuenta lo que era el tipo’". Y Fontanarrosa cuenta las peripecias para sacarlo de la casa y llevarlo escondido a la cancha de River. Después, narra el partido, de gran voltaje emocional, y aquél gol de "palomita" que catapultó a la inmortalidad a Poy. "Miré para el lado del viejo y lo ví abrazado a un grandote, que estaba trepado al alambrado. Y me dije, si no se murió aquí, no muere más". Terminado el partido con el triunfo de Central, relata "la cara de felicidad de ese viejo, hermano, la locura de alegría dibujada en su cara. Que alguien me diga si lo vio llorando abrazando a todos, como yo lo ví. Y cuando lo ví caerse, fulminado como por un rayo, todos pensamos ¡qué importa!, que más quería que morir así ese hombre". El final es áspero, inapelable, pero enmarca como pocos la pasión irrefrenable que despierta el fútbol, que nos vuelve locos desde que nuestro viejo nos compró la primera pelota, y que Fontanarrosa nos ayuda a entender.

Por Orlando Navarro
Periodista