
He leído con atención el último documento de la Pontificia Academia para la Vida sobre la Fraternidad Universal (Junio, 2021), y el coraje de sus expresiones, retos y propuestas, me ha parecido pocas veces visto. Se dice allí que no pocas veces hoy se da una "fatiga intelectual estéril" en el intento de conciliar el testimonio auténtico con el mensaje evangélico. Este último ha de ser capaz de fermentar la masa, o sea, hábiles de traducir valores del evangelio con las apuestas de la vida cotidiana. Debemos ser ejemplos de ser humano, alegres, simples contemplativos y empáticos.
De modo que una prédica no se convierta en una carga insoportable para la comunidad creyente. Un mensaje hueco o superficial, en el pensamiento de nuestra época, no deja ningún surco a la semilla evangélica, "ni deja huella de su paso", en los ámbitos del conocimiento y en la vida misma de la gente.
Me pregunto: ¿sabemos usar los talentos confiados por el Señor a nuestra persona? ¿Somos capaces de transmitir con vigor y sensatez los dichos de Jesús, o por el contrario, lo reducimos a nuestra propia autorreferencialidad que poco enseña?
Semillas del Verbo
El llamado a la fraternidad y amistad social hemos de sentirlo vivo y vibrante en nuestros corazones, y encuentra en Jesús, los discípulos y la multitud los principales protagonistas. El evangelio ha de llegar a todos los rincones y recordemos que sin multitud, simplemente no hay Iglesia de Jesús.
La evangelización no es un reclutamiento eclesiástico. Es procurar que las semillas del Verbo influyan y estén presentes en todos los ámbitos de la vida personal, social y política. Es construir convivencia desde el ser cristiano convencido de la diferencia entre ser un simple "habitante" (cómodo y a la espera de algún privilegio) y ser "ciudadano" (participativo, honesto, preocupado). ¿Somos capaces de practicar entre todos la "mejor política", una mejor ciudadanía?
Unidad en la diferencia
El documento del que hoy hablamos, acerca de la Fraternidad Universal, no se resigna a que vivamos en un mundo divido por enemistados, grietas o discordias. Busca la unidad en la diferencia, la armonía en la pluralidad. Como aquél adagio atribuido a San Agustín: "En lo esencial, unidad; en lo accidental, libertad, y en todo, caridad". Una Fraternidad sólo sacramental o ritual, o simplemente declamada que no llega a las capas profundo de lo humano, llevará el rostro de lo aparente y no de lo convertido.
Es propio del papa Francisco insistir en la expresión de que la Fraternidad "es la promesa no cumplida del fin de la Modernidad". En esta tarea no menor, la Iglesia como Pueblo de Dios, es testigo de la Gracia que redime el mundo, no el instrumento de una experiencia de fe autorreferencial. El Pueblo de Dios, viviendo en la unidad, es fermento de una sociedad nueva, que abraza a todos. "El Hijo del hombre no ha venido a condenar al mundo, sino a salvarlo" (Jn 12, 47).
Un fuerte llamado
Hacia el final, el citado documento hace un fuerte llamado a los intelectuales de nuestro tiempo, a no ceder ante el agotamiento del relativismo, la facilidad de la vida cómoda que no se compromete con nada ni nadie. Hemos de invitar a todos a que la razón o el dinero, no nos aparten de nuestras raíces y el destino común.
El narcisismo o la discriminación, alimentan la grieta y la desconfianza en el ser humano. Hay muchos hombres y mujeres que viven orgullosos de su austeridad y sobriedad. Nuestros labios deberían temblar antes de pronunciar juicios o condenas que puedan ser injustas o desalienten el camino de la honradez a toda prueba.
La búsqueda de medios para la Fraternidad no debe estar ausente de toda mente que no quiera perderse en la nada o vivir sólo reclamando del otro o de la clase gobernante, dádivas o prebendas. La vida se vuelve -si hay empatía y compromiso- una suave melodía para el alma, una caricia de Dios que fraterniza.
Por Pbro. Dr. José Juan García
Vicerrector de la Universidad Católica de Cuyo
