Por ese entonces, el país ardía en llamas. La crisis económica atacaba cada rincón de manera cruda, brutal. Corralito, inflación, falta de pagos, paros, reclamos, saqueos, violencia. La gente estaba harta y en Jáchal la situación no era diferente.
El 2 de enero de 2002 un grupo de mujeres, todas docentes, protestaron golpeando cacerolas frente al edificio municipal porque los comerciantes de la zona no les recibían los bonos Proms que eran forma de pago en sus haberes. Y lo que en principio fue un reclamo de la economía doméstica, pronto se convirtió en un largo peregrinar de reiteradas denuncias contra funcionarios, con la mira puesta especialmente en el intendente Táñez. La gente comenzó a multiplicarse en cada concentración frente al municipio. Las protestas se extendieron por 58 días.
Al jefe comunal se lo acusaba nada menos que de sobresueldo, evasión de impuestos, el pedido a la provincia de un adelanto de la coparticipación declarando una emergencia que nunca ocurrió, el faltante de comprobantes para saber en qué fueron gastados 800 mil pesos del ATN y la falta de pago de un crédito contraído para realizar una obra de gas que nunca se concretó, entre otras cosas.
Todos supuestos que más tarde fueron corroborados por las investigaciones llevadas a cabo por el Tribunal de Cuentas.

Cuando las manifestaciones, en principio pacíficas, comenzaron a tomar calor, Alfredo Avelín tomó la decisión, tras varios intentos porque Táñez dejara el cargo por voluntad propia. El 23 de febrero el Gobernador firmó la Ley de Necesidad y Urgencia, que el 28 del mismo mes fue ratificada por Diputados, que también dispuso la disolución del Legislativo Municipal.
"Decidimos intervenir para mantener la paz social, porque tenemos la obligación de evitar que haya disturbios, peleas y hasta muertes", había dicho Avelín en ese momento. Franklin Sánchez fue el interventor. Recién llegado, tuvo que afrontar deudas municipales por más de un millón de pesos.

La gente estaba conforme, pero jamás bajaron la guardia. Y querían que todos lo supieran. Por eso decidieron realizar el denominado "Monumento a la Cacerola", que se convirtió en el primer símbolo del país de la resistencia ciudadana y la oposición a la corrupción. Fue empotrada en la plaza departamental fue inaugurada el 23 de marzo, justo un mes después de la intervención. "Funcionario, la cacerola vigila", se leía. Era un aviso, claro, contundente.
Esa jornada fue casi festiva. Unas 300 personas participaron con ollas, banderas argentinas, golpes de botellas de plástico, abucheos cuando los funcionarios salientes eran mencionado, canciones y hasta bailes. El monumento es una gran olla realizada con una campana de frenos de un camión Mercedes Benz. Su tapa con una bóveda de cemento y como perilla tiene un aislador de luz.

Carlos Fuentes fue el artista que ideó y llevó a cabo la obra, pese a ser pariente político de Táñez. De hecho, su casa era el punto de encuentro para planificar cada una de las estrategias que se armaron durante los días de reclamo.
En 2011, la Plaza de Jáchal fue totalmente remodelada. A los vecinos les encantó la idea de tener un pequeño anfiteatro, árboles, mejor iluminación, un moderno sistema de riego, nuevos kioscos y piso moderno. Sin embargo, pusieron una condición que no podía negociarse. La cacerola no se tocaba y así ocurrió. Rápidamente se convirtió en todo un símbolo dentro y fuera de Jáchal, que llena de orgullo los corazones norteños.

