Señor director:
En muchos casos he escuchado decir que los jóvenes de ahora no cumplen con las expectativas de los mayores. Que no están a la altura de las circunstancias y que no siguen el ejemplo de sus padres, que vivieron otra época donde todo era mejor. Pero somos muy pocos los que estamos dispuestos a admitir que por algo que hicimos mal o que no supimos hacer en su momento, estos jóvenes son como son actualmente. No podemos mirar hacia el costado y tratar de echarle la culpa a otro sobre lo que nosotros mismos no fuimos capaces de inculca o enseñar.
Mi generación, integrada por todos quienes actualmente tienen entre 45 y 60 años, no admite que somos nosotros los que tendríamos que haber asegurado que los jóvenes de hoy tuvieran sólidos valores morales y una conducta intachable.
Cada vez que comento este tema con alguien de mi edad, me asegura que ha educado a su hijo o hija de la mejor manera y que son un ejemplo para la comunidad. Todos y cada uno me dice lo mismo, pero resulta que luego me entero de numerosos problemas que los jóvenes afrontan a consecuencia de una mala formación o la falta de modelos que no les fueron impartidos como corresponde.
No seamos hipócritas y admitamos que somos nosotros, esta gran generación que vivió su juventud entre los "80 y "90, quienes hemos hecho posible esta salida de rumbo.
Creo que siempre estamos a tiempo de revertir lo que hemos hecho mal, pero para ello debemos ser honestos con nosotros mismos, tener una gran dosis de humildad, no creernos dueños de la verdad y prepararnos para admitir que nos equivocamos. Solo así estaremos en condiciones de revertir esta situación que es lamentable. Los chicos de antes hoy ya son hombres y mujeres con una personalidad formada. Se puede hablar con ellos para que no cometan los mismos errores con sus hijos y de esa forma contribuir a mejorar la sociedad. Abuelos y padres, pueden hablar con sus hijos, ya adultos, para decirle que no se equivoquen. Si ellos no recibieron una orientación apropiada, pueden que ahora tomen conciencia de la situación en que se encuentran y que puedan llegar a aconsejar a sus propios hijos para que crezcan fuertes en materia de valores y comportamiento.
Es la única oportunidad que nos queda, no la desaprovechemos.
