Contentas. Con diploma en mano, parte del equipo de la nueva generación de artesanas textiles junto a autoridades de Cultura de la Provincia. 

 

Ayer, con una conferencia en el Mercado Artesanal, se dio cierre oficial al proyecto Tejedoras de Doña Paula. De un total de sesenta artesanas, unas treinta pudieron llegar desde los departamentos Jáchal, Valle Fértil y Calingasta y unas pocas de Iglesia debido a un inconveniente en el transporte, para recibir sus certificados junto a un libro sobre la experiencia vivida en el marco de esta iniciativa del Consejo Federal de Inversiones (CFI) junto a la Secretaría de Cultura del Ministerio de Turismo y Cultura de San Juan.

“Esta es la culminación de una labor mancomunada con Eduardo Barrón y las autoridades de la provincia con quienes coincidimos en la preocupación por preservar las artesanías y ponerlas en valor, sobre todo en San Juan, donde son muy valiosas, ricas en diseño y elaboración”, destacó Estela García, sanjuanina radicada en Buenos Aires, encargada del Programa de Cultura del CFI.

Con sus rostros rozagantes de satisfacción por el trabajo cumplido, mujeres de todas las edades recibieron el diploma a su esfuerzo. Entre ellas, la más chiquita de quienes se registraron para ser parte fue Eliana Lucero, de 11 años, proveniente del pueblo vallisto de Las Tumanas.

Pero la tarea arrancó en agosto del año pasado. La finalidad era prioritaria: rescatar las técnicas tradicionales de tejido en telar criollo. Este objetivo incluyó un relevamiento de artesanas y estilos empleados en cada zona. Además, se llevaron a cabo charlas sobre hilado, teñido con tintes naturales y el empleo de la rueda eléctrica por el experto Marcos Karam, de Buenos Aires.

“Es un programa grande, yo diría que más de medio millón de pesos se asignó al presupuesto. Se contempló hacer un trabajo de transferencia de este oficio que, con el tiempo, no había pasado a nuevas generaciones; y la idea es que resurja la actividad. De hecho, se planteó como herramienta laboral y, en ciertos lugares, quedaron grupos trabajando”, manifestó Daniel Gil, coordinador general de este plan.

Para esto, las participantes y capacitadoras recibieron lana de oveja en jergón y procesada, hilo de algodón y tinturas industriales, y se dejó un telar de pie en los SIC de Las Flores (Iglesia), Astica y San Agustín (Valle Fértil), Barreal (Calingasta) y en Jáchal. Esto, entre otros insumos que se costearon para “aprender haciendo”, como dijeron algunas de las creadoras.

“La idea es continuar para reforzar los conocimientos. Lo triste es que en Calingasta no tenemos lanas artesanales, nos cuesta mucho conseguir, por eso con el trabajo estamos tratando de juntar dinero para poder comprar”, dijo una de las representantes calingastinas.

“Los talleres de especialización estuvieron a cargo de maestras, para esto se designó a antiguas tejedoras de cada una de las localidades que capacitaron a veinte personas por departamento”, como dijo Gil sobre esta labor que encabezaron Isabel Vidable en Jáchal, Analía Espejo en Iglesia, Edita Riveros en Valle Fértil y Silvia de Marchi en Calingasta, donde quedó un equipo que teje para exponer y vender en una feria que se realiza una vez al mes y pretende contagiar al resto. 

 

 

La más pequeña

 

Con 11 añitos, Eliana Lucero es la revelación del proyecto al ser la más chiquita de las participantes. Es de Las Tumanas (Valle Fértil) y tiene 7 hermanos varones. Después de ver a su abuela y a su madre, decidió aprender con la idea de vivir de este arte. 

“Siento felicidad frente al telar, me gustaría dedicarme a tejer. También hilo en el telar y en el huso”, dijo tímidamente la jovencita, protegiendo su certificado como merecido premio a su valentía.

 

Toda una maestra 

Edita Riveros formó a la nueva descendencia de Astica y San Agustín. “Estoy orgullosa porque tenía miedo, hasta que di la primera clase y se me pasó. Además, me sirvió para salir de casa por primera vez, siempre me dediqué a la casa y a mis niños”, señaló quien descubrió el oficio observando a su madre.

“Yo tejo lo que me pidan, ponchos, alforjas, jergón… todo en lana de oveja, que lleva su tiempo, porque hilarla a mano tarda un montón”, dijo Edita, quien empezó a trabajar “por necesidad” para hacer abrigo y demás piezas para su familia, luego para su marido y sus 8 hijos, y luego para vender.

FOTOS DANIEL ARIAS