El frío romántico que deja el otoño en el corazón de las almas que aman.

 

Miró por la ventana la escuálida última lluvia amarilla de hojas del plátano. Un temblor encorvó su joven espalda por el frío, anunciando la llegada del invierno. El último día de otoño se despedía vencido; pero el tiempo da revancha; el próximo otra vez vendría con olor a rosas maduras y callejuelas agasajadas de ocre.

Se arregló el pelo y colocó en su castaño claro un adornito que le dejó la abuela, ritual que repetía cuando nos abandona la estación más dulce.

Se dijo por lo bajito que esta noche sería la derrota de las sombras en manos del incendio del amor. Pensó con emoción que su padrino, sustituyendo dignamente a su desaparecido padre, la esperaría en la puerta de la iglesia para llevarla del brazo palpitante hasta el altar, al encuentro con el hombre amado.

Corrió hasta el viejo ropero de fragante cedro y sacó el hermoso vestido blanco de raso y perlas que le había confiado su madre como símbolo de su maravillosa vida con su padre. Lo extendió sobre la cama y lloró; nunca sabría bien por qué; un nidal de ruiseñores confundidos bulló en su pecho.

Imaginó que él estaría cumpliendo un ritual parecido en su casa y que alguna lagrimita le habría rodado por el rostro.

Recordó cuando él tomó como una flor sus manos de jazmín tembloroso y en el dedo anular puso cual flecha de amor el anillito que fue de su bisabuela, aquella que fue arrancada de su vivienda por las mazorcas de Rosas y entregada a la nada. Entonces ella no dejó de temblar hasta que él le besó dulcemente la frente y confió un secreto enorme al oído. 

Y aquel fragante pasado, así como volvieron de un paseó celeste, solitos y triunfantes, empujados por la sal de las emociones, de la manito, fueron hasta el rancho donde no había agasajo ni música, salvo la que un pájaro de cuello azul había dispuesto para esa hermosa ceremonia del corazón. 

A las cinco en punto de la tarde se convenció que ya era el momento de comenzar el ritual. Suspiros de perfume, ajuar de seda, bellos zapatos a estrenar, ramito de jazmines del Cabo, todo se reunió a su paso decidido hacia la dicha. No albergaba dudas, e instante fundacional debía ser perfecto.

Cuando comenzó a desandar los sueños, como quien resigna debido a una pena la tentación de los besos, un vientito helado se coló sin permiso por la ventana entreabierta que cerró casi con violencia.

Y una vez más volvió a pensar en el próximo otoño, cuando él se marchó a sitios que había imaginado transitarían juntos y la dejó hundida en humedades del alma, lágrimas sobre la cama que había cobijado un amor que parecía eterno.

 

Por Dr. Raúl de la Torre
Abogado, escritor, compositor, intérprete