La protesta social es un derecho inalienable de toda comunidad como última alternativa al agotarse las instancias políticas y legales frente a un reclamo que invoca al bien común. Existen en naciones con gobiernos democráticos o regímenes totalitarios, con el mismo objetivo de ser escuchado por los gobernantes. Las consecuencias pueden ser positivas si hay respuesta inmediata desde el poder, pero en todos los casos las movilizaciones impactan en la economía, por floreciente que sea.

Es lo que pasa en la isla de Hong Kong, donde las protestas callejeras comenzaron hace más de cinco meses en rechazo de algunas enmiendas legales que facilitarían la extradición de personas desde este territorio semiautónomo al sistema judicial de China continental.

La excolonia británica ha sido la estrella del crecimiento asiático al convertirse en centro tecnológico y financiero mundial con reservas estimadas en su punto histórico, en julio pasado, de 448.000 millones de dólares, las séptimas más grandes del mundo. Para tener una idea de la riqueza local basta señalar que Hong Kong tiene siete millones de habitantes y posee más reservas que India, Corea del Sur o Brasil, por ejemplo. 

Sin embargo esta economía poderosa ha entrado en recesión por el estancamiento impulsado por los disturbios que se repiten cada semana con muertos, heridos y cuantiosos daños materiales. Si bien el gobierno retrocedió en las normas que originaron la protesta, los activistas continuaron contra la brutalidad policial y en defensa de los periodistas y de la comunidad musulmana. La táctica combativa cambia cada semana, la última fueron encapuchados vestidos de negro para incendiar comercios, colocar barricadas y lanzar bombas molotov a la Policía.

La isla es el primer socio comercial de China debido a su autonomía y sistema judicial independiente, un marco que atrae a empresas que desean invertir en la región y para muchas firmas del continente es su punto de partida para expandirse globalmente. Estas, al igual que las multinacionales ya proyectan la mudanza a otras ciudades, en un éxodo que amenaza a Hong Kong quedar sin su esplendor turístico, ya pocos buscan ese destino, el auge fabril y tecnológico y centro financiero mundial por excelencia.

Allí, como en nuestro país, ahora en Chile y Barcelona, para recordar datos puntuales, el daño de los piquetes y las revueltas callejeras dejan una secuela que pone en duda la legitimidad de este tipo de estrategia frente a los derechos soberanos.