Una de las primeras preguntas que le hicieron a Sofía Maldonado cuando entró al hogar de niños que esperan ser adoptados fue qué quería ser cuando sea grande. Acompañada por sus tres hermanas, sin mamá y con un padre que no podía cuidarlas, la nena que en ese momento tenía ocho años miró a la directora del instituto a los ojos y le dijo convencida: “Quiero ser doctora, para ayudar a otros chicos”. Cuando estaba por cumplir los 18 y se iba a quedar en la calle, sin casa ni familia, consiguió una beca para ir a estudiar a Cuba. Allí, sola frente al mundo le ganó una pulseada a la vida y hoy atesora entre sus manos el papel más preciado, ese que dice que está recibida como médica.

 

Sofía tiene 24 años y desde que nació tuvo que superar las dificultades: cuando tenía dos años su mamá falleció y seis años más tarde su papá perdió la patria potestad de sus hijas porque no tenía dinero para comprarles ni un plato de comida. Así fue como un juez se hizo cargo de ellas y las derivó al Hogar de Niños Nuestro Sol, de Lanús, a la espera de que una familia las adopte.

 

Así pasó su infancia y su adolescencia: esperando. Pero nadie quería llevar a su casa a cuatro nenas, porque ellas -cuenta Maldonado- no estaban dispuestas a separarse. De esa manera, la esperanza de encontrar una familia se hacía cada vez más difícil año a año. Mientras tanto en el hogar, que compartía con otras 16 nenas, se encargaban de llevarlas al colegio, y es allí donde a veces se hacía la misma pregunta: “¿Por qué mis compañeros tienen mamá y papá, pero yo no?”.

 

 

En el hogar conoció a uno de sus tíos del corazón, Alejandro Ferreyra, quien la acompañó todo el tiempo y la incentivó a que siempre siga adelante por sus sueños: "Todos me trataron muy bien, me incentivaban a que estudie. En la escuela me iba bien, el problema es que sólo podía estudiar a la noche, cuando las otras chicas se iban a dormir y me quedaba en silencio en la mesa grande del comedor”, relata.

 

Cuando tenía 16 años, una de las docentes les preguntó a todos qué carrera pensaban seguir una vez terminada la etapa escolar. En ese momento a Sofía le había interesado la abogacía, pero fue entonces que la vida le tenía preparado un nuevo terremoto: el fallecimiento de una de sus hermanas: “Yo no entendía qué le había pasado, qué enfermedad tenía y si yo podría haberla salvado de haber sabido algo de medicina. En ese momento no lo dudé más, supe que quería ser doctora”, cuenta todavía con la voz floja.

 

Sofía nunca bajó los brazos. Ni siquiera cuando le faltaba poco para cumplir los 18 años y le dijeron que una vez que llegara ese momento debía abandonar el hogar, lo único que conocía en su vida. Sin familia ni trabajo, su destino era la calle. Pero la directora del Instituto llegó un día y le dijo que tenía una propuesta: “¿Vos te acordás que cuando entraste acá me dijiste que querías ser doctora? ¿Todavía querés? Hay una beca para ir a estudiar a Cuba”.

 

Sus ojos se le abrieron como platos: “¿A Cuba?”, preguntó. Ella nunca había salido del país, lo más lejos que conocía era la Capital Federal en dos viajes que hizo desde Lanús. Su mundo eran las diez cuadras que la separaban de la escuela al hogar. “¿Hace frío allá? ¿Qué comen? ¿Es muy grande?”, se cuestionaba.

 

 

El “Proyecto ELAM” (Escuela Latinoamericana de Medicina) fue creado por Fidel Castro para que alumnos de bajos recursos de América Latina puedan estudiar gratis allí. Pero para acceder, Sofía tuvo que ir a distintas entrevistas en la embajada cubana y luego rendir un examen. De 100 candidatos, sólo viajaron 15: “Nos hicieron un test de cultura general que había que responder en un tiempo determinado. Me esforcé mucho y después de cinco meses me anunciaron que había quedado”.

 

Pero antes del viaje hubo una traba más: “El juez que estaba a mi cargo no me autorizaba a salir del país y menos a ir a estudiar al exterior. Decía que una chica que vive en un hogar de niños no estaba capacitada para ese desafío. Por suerte la directora de la institución le pidió que revea la decisión y a falta de pocas semanas para viajar me firmó el permiso”, dice. El letrado estaba equivocado: Sofía se recibió luego de seis años de estudio constante en una isla a más de seis mil kilómetros de lo único que conocía.

 

Ahora espera a que le validen su matrícula para poder empezar a buscar trabajo en hospitales de Argentina y un lugar donde vivir. Mientras su "tío" Alejandro le da cobijo, la chica sigue estudiando para especializarse en pediatría. Hay que ver las fotos que ilustran esta nota para entender por qué a Sofía le brillan sus ojos como dos estrellas cuando muestra con orgullo su diploma, o por qué se ríe sin esfuerzo cuando se pone su guardapolvo blanco. Es que Sofi le ganó a la vida.

 

Fuente: clarin.com