Pocas ciencias me han cautivado tanto como la Ética. Su estudio siempre nos implica y complica a la vez. Es como estudiar mirando en el espejo al propio yo en el acto de decidir. Será porque su objeto de estudio es la moralidad de la conducta humana, pero lo cierto es que, a mayor reflexión ética, mayor es la conciencia moral de nuestros propios actos. Claro está que esto no garantiza mayor eticidad en el obrar humano. No hay automatismo en la conducta. El cometido específico de la ética son los actos libres. En ese sentido ética y libertad se autoimplican. Para que un acto caiga bajo la órbita de la ética, debe ser realizado con discernimiento y libertad. Y esto la vuelve más desafiante. Porque advirtiendo entre las opciones disponibles dónde está el bien, concientemente a veces elegimos aquella que nos aleja del mismo. Es un dato incontrastable de la propia experiencia moral. Así entenderemos que, a diferencia de otras ciencias la Ética no es teórica. Una de sus características es ser eminentemente práctica. No se conforma con reflexionar sobre el bien, sino que nos dispone a obrar el bien. Como ciencia orientadora de conductas, su fin es perfectivo en la medida que nos ayuda a mejorar nuestra humanidad. De allí se comprende que califiquemos de "inhumana" aquella conducta que evidencia una inmoralidad tal que nos aparta del bien que habita en lo más recóndito de la naturaleza humana.
FUNCIÓN ORIENTADORA DE LA ÉTICA
La Ética es una ciencia valorativa de la conducta, ya que propone criterios que nos permiten el discernimiento moral necesario para diferenciar lo bueno de lo malo. En ese sentido se afirma que la Ética marca el rumbo. Será un ejercicio de la libertad individual tomar las decisiones correctas. En eso consiste su función orientadora de la conducta. Función que intenta poner en jaque el relativismo ético que propugna una moral de situación, mutable y acotada, lejos de los principios de la moral objetiva.
Ahora bien, a la vez que vaciamos de contenido a la moral, simultáneamente se da en la sociedad una mayor preocupación ética. Hay una creciente demanda de ejemplaridad en la conducta, mientras paradojalmente se intenta quitar validez científica a la ética. Al restarle sustento filosófico y negarle estatuto científico, la Ética queda reducida a una especie de moral de bolsillo o menú a la carta. Hay un descreimiento de los valores morales universales y en su lugar emerge el escepticismo moral resumido en el "todo me da igual". Sin embargo, la realidad nos demuestra el sin sentido de estos intentos. Porque el ser humano sigue y seguirá urgido por una misma pregunta: ¿qué debo hacer? Interrogante que deriva de nuestra imperiosa necesidad de optar y elegir entre distintas alternativas. Si la Ética pierde su dimensión orientadora, es decir, si renuncia a su función de indicarnos por dónde debemos ir, la máxima escéptica cobrará vigencia, pero nos dejará sin resolver el problema. Necesariamente debemos elegir, tomar decisiones y hacernos cargo de ellas. Ahora bien, ¿cómo elegir, sí todo me da lo mismo?
CAMINO Y TAREA
Dicho esto, entenderemos que la vida moral es camino y tarea. Camino que vamos construyendo en cada decisión libre que tomamos, acercándonos o alejándonos del bien que anhelamos. Pero no es un camino recto. A veces estamos un escalón arriba de nuestra media moral. Es la etapa del obrar virtuoso. Otras veces abundan los errores y caídas. Por eso la Ética también es tarea. Como un imán que nos atrae con fuerza irresistible, vamos buscando nuestro bien a pesar de los tropezones. Todos percibimos que la caída es una forma de avanzar cuando de ella obtenemos experiencia y fuerza necesaria para resistir y cambiar el rumbo. Como bien dice el filósofo español Fernando Savater: "La ética no es más que el intento racional de averiguar cómo vivir mejor". Y en esa búsqueda cada uno va avanzando en su propio camino moral. La Ética aporta la brújula y la luz. El resto lo pone la libertad.
Por Miryan Andújar
Abogada, docente e investigadora
Instituto de Bioética de la UCCuyo
