
Estas son, en mi opinión, las razones por las cuales la Esquina Colorada está en el lugar que ocupa desde siempre. Dios creó el mundo en 7 días y el domingo descansó. Una vez cumplida su creación máxima, mientras descansaba y meditaba, mirando hacia el límpido cielo contempló cómo dos estrellas fugazmente caían en algún lugar de la Tierra. Una de ellas cayó en Jerusalén y la otra en un lugar, que con el paso del tiempo se llamaría provincia de San Juan. Como si fuera un milagro, dicha estrella cayó en lo que hoy es la Esquina Colorada, enclavada en el cruce de dos calles célebres, Cereceto y San Miguel. La esquina más famosa, sin desmerecer todas las esquinas de la provincia.
Esquina mística, casi sagrada, es la devoción y unción de los que hoy tanto la veneramos. Que es grande nuestro amor por este lugar sagrado, donde fuimos simbólicamente bautizados en las aguas de su canal, torrenciales y claras, como si fuera un émulo del Río Jordán. Por todo, nuestra esquina es un santuario, una catedral de la amistad, cuyos mandamientos son el respeto incondicional, la humildad, quererse como si fuésemos hermanos. Ese amor que no tiene fronteras, ese bálsamo de alegría y felicidad, que se vierte en cada palabra, en cada gesto, en el apretón de manos, que se funden como se fundan el hierro y la fragua. Todas estas cualidades por nada deben caer en el olvido. Por designio de Dios, cultivamos estos valores.
Hoy cuando contemplo la esquina que ya no está igual, veo a Napoleón con su sonrisa a flor de labios, y su cajita plateada. El kiosco del querido Aroca, la higuera de don Rubén, el boliche de don Felipe Beiran, el "Camiseta", el "Negro" Aranda y su estación. Imagino un sábado a la tarde la vereda de la farmacia, con el grupo de amigos riendo alegremente y el ir y venir de los vecinos, como si fuera la antigua calle Corrientes "angosta". Pero me doy cuenta que todo esto pasó, y que lo vivimos gracias a Dios.
Por Juan "golo" Tapia
Un viejo vecino
