Alcanzó con caminar 200 metros para encontrarlo. Medía unos 50 centímetros y, por su peso, había que llevarlo al hombro. Estaba a simple vista, aunque fue necesario meter un pie en el agua para sacarlo. Era medio fémur de notiomastodon, conocido como “elefante de las pampas”. Lo hallaron durante una prospección en la que participó Clarín a orillas del río Salado, en Junín. Y es solo un ejemplo.

 

Para dar con estos “tesoros escondidos” no hace falta ser un científico. Basta con ir a pescar, navegar en kayak o caminar por la zona. Aparecen por todos lados. Esto se explica porque durante tres años el caudal de agua fue muy alto y con las inundaciones de 2017 estuvo a punto de rebalsar. Pero en diciembre pasó todo lo contrario: llegó una gran sequía y entonces los fósiles salieron a la luz.

 

 Vivieron a finales del pleistoceno e inicios del holoceno. Tienen entre 15 mil y 25 mil años de antigüedad.

 

Entre ellos, había un oso del género arctotherium. “Un pescador, Pepe Perrone, encontró un cráneo de este animal con sus dos ramas mandibulares”, informó el portal Sentí la pesca, que lo destaca por ser alguien conocido en ese ambiente. Llamó la atención de la comunidad científica. “Vi un cráneo, estaba casi todo afuera. Llamé al museo y vinieron corriendo”, contó a Clarín. Según los expertos, encontrar un fósil es raro. De un carnívoro, lo es más. Y un cráneo casi completo, toda una hazaña.

 

¿Por qué hay tantas apariciones en este lugar? “El río fue corrido por el hombre, es algo artificial. El verdadero cause del Salado estaba cerca. Creemos que la zona donde ahora está el río era una especie de pantano, donde los animales iban a buscar agua”, explica el docente José María Marchetto, director del Museo del Legado del Salado. Además, las condiciones de un humedal hacen que sea más fácil que se fosilicen los huesos, continúa Marchetto, y aclara: “estas son deducciones, está en investigación”.

 

Con solo 4 años, Francisco ayudó a encontrar unos 30 restos. Entre ellos, medio fémur de equus neogeus (pariente del caballo actual) y fragmentos de mandíbula de toxodon (mamífero similar al hipopótamo). Aparecieron una tarde cuando su papá, Lautaro Lequia (32), y su amigo Mariano Mulleady (34), buscaban un lugar para pescar. Ambos son bomberos de policía y destacan “el valor no económico de lo que se está encontrando”.

 

 

Francisco es fanático de los dinosaurios. Tiene más de 100 muñecos en su casa. Como él, muchos nenes llegan al museo preguntando por estos gigantes. Pero en Junín no hay registros de dinosaurios, sino de megafauna. Entonces, los docentes usan como ejemplo la película “La era de hielo”, ya que “un buen porcentaje de los animales que encontramos acá, aparecen en ella: el tigre dientes de sable es un personaje que se llama Diego”, cuenta Marchetto.

 

El yacimiento abarca unos 10 kilómetros. “Donde mires, hay algo”, comparte Marcela Torreblanca, fundadora del museo. Se agacha y levanta un hueso. “Esto parece una parte de un cráneo”, analiza. Nos enseña a observar: cerca del agua, en la tierra de color rojizo, hay restos de animales que desaparecieron hace más de 10 mil años. A medida que vamos ascendiendo, donde la tierra es más seca, son más modernos. Ahí vieron cuernos de vacas cimarronas -parecidas al cebú, de hace menos de mil años- y boleadoras de gauchos.

 

Muchos hallazgos son azarosos, otros no tanto. El vendedor viajante Walter Gerbaldo (47) dice ser un “aficionado” que busca fósiles “como un hobby”. En 1996 encontró un cráneo de oso. Empezó a interesarle el tema y, desde entonces, en cada bajante del río sale a explorar. La semana pasada halló un cráneo de tigre dientes de sable. También el ferroviario Miguel Fariño (49) y su hijo Guillermo (11) ayudaron a rescatar un colmillo de notiomastodon (elefante), fragmentos de equss neogeus (caballo) y de toxodon (similar al hipopótamo).

 

Todos ellos, al encontrar los fósiles, siguieron el procedimiento indicado: no los tocaron y llamaron al Museo del Legado del Salado. Creado en 2010, es municipal y funciona dentro del Colegio Normal. Tiene más de 300 piezas exhibidas y unas 2.000 almacenadas. Lo integran nueve personas, la mayoría docentes de la escuela, que incluso pintan el lugar y arman las vitrinas muchas veces con plata de su bolsillo. También presentaron un proyecto para que el sitio sea declarado una reserva. Todo lo hacen “ad honoren” y, para sustentarse, hasta tuvieron que vender empanadas. Solo los une la pasión y un compromiso: proteger los tesoros que el Salado nos dejó.

 

Fuente: Clarín.