En la Tierra del Fuego chilena, este parque reúne bosque subantártico, humedales, estepas, paisaje costero, montañas nevadas, lagos y ríos. Sólo lo visitan 400 personas al año.
Desconectarse y experimentar la naturaleza allí donde todavía parece posible el descubrimiento. Así es el parque Karukinka, en la provincia chilena de Tierra del Fuego, un lugar que llama al turista más aventurero y un laboratorio natural con una sorprendente historia y un inmenso valor ecológico.
Karukinka se extiende por 300.000 hectáreas de bosque subantártico, humedales, estepas, paisaje costero, montañas nevadas y lagos y ríos llenos de vida, donde hacer senderismo, navegar en kayak, practicar pesca deportiva o recorrer en bicicleta.
Aunque hoy resulta difícil de creer, buena parte de este lugar se encontraba hace trece años en manos de una compañía canadiense dispuesta a explotar sus bosques.
Sin embargo, el proyecto no tuvo éxito y este inmenso territorio, junto a otras fincas de la isla, acabó siendo adquirido por el gigante financiero Goldman Sachs, quien lo donó en 2004 a la organización conservacionista Wild Conservation Society (WCS), su propietaria y gestora desde entonces.
Sus fundadores llamaron al parque "Karukinka" ("Nuestra Tierra") el nombre que los shelknam, los antiguos pobladores de Tierra del Fuego, daban a su hogar, un territorio en el que fueron exterminados a golpe de cuchillo y escopeta por los colonizadores, hace poco más de un siglo.
Karukinka es hoy uno de los grandes atractivos de la Patagonia chilena, un destino que ofrece mil caras diferentes y en el que no todo es fácil. Y en ello reside parte de su encanto: Naturaleza salvaje, caminos interminables, temperaturas a veces extremas y también paisajes increíbles que uno puede pensar que nunca pisó nadie antes.
El parque es visitado cada año por apenas 400 personas. Llegan atraídas por su estado prístino y la posibilidad de practicar deportes de aventura, adentrarse en lugares muy lejos del resto del mundo y conocer ecosistemas de gran valor, con especies de flora y fauna únicas. Algunas, en grave riesgo.
Una cuarta parte de Karukinka está cubierta de turberas, humedales ácidos que constituyen un valioso ecosistema tapizado durante miles de años de musgo sobre musgo; capas y capas que han acabado por acumular una riquísima masa orgánica en descomposición, la turba, muy apreciada como sustrato y fertilizante.
Pero su principal valor es otro: sus 75.000 hectáreas son capaces de retener 300 millones de toneladas de dióxido de carbono al año, mucho más que cualquier tipo de bosque.
El espectáculo de estos humedales está en sus colores -verde y cobre-, y en la variedad de flora y fauna, que incluye desde una pequeña planta carnívora hasta aves como el carancho o el cauquén.
Los antiguos bosques de lenga -con árboles que llegan a superar los 300 años de edad- llaman también la atención del visitante. Este árbol, que puede alcanzar los 30 metros, apenas queda en un arbusto de tamaño medio cuando crece a gran altura o se encuentra en zonas en que el viento lo tumba e impide su crecimiento.
Cuando se acerca el invierno, los bosques subantárticos adquieren un aire de misterio. Sobre todo cuando los cubre la nieve y la estampa parece, a simple vista, una fotografía en blanco y negro. En otoño, en cambio, el colorido de las hojas, rojas, amarillas y pardas, resulta de lo más llamativo, y es entonces cuando resulta más evidente la riqueza del entorno.
Este es el lugar preferido por el zorro culpeo, fácil de ver al borde de los caminos o entre la arboleda, y del tuco-tuco, un roedor de hábito subterráneo y prácticamente invisible a los ojos del senderista.
Muy cerca se encuentra la pampa, inabarcable, por la que corren en libertad más de 60.000 guanacos (llamas) y el litoral del parque, en las costas del seno Almirantazgo, donde es posible observar lobos y elefantes marinos, pingüinos magallánicos, focas leopardo y una gran diversidad de aves interesantes, como el albatros de ceja negra, el cormorán o el pilpilén austral.
La mayoría conllevan el monitoreo de especies, entre ellas, el elefante marino o el albatros. En otras, los estudios están dirigidos a la preservación de ecosistemas, como es el caso del programa en desarrollo para la protección de la estepa patagónica.