Unos 14,3 millones de chilenos están convocados este domingo para elegir un nuevo presidente, 23 senadores, 155 diputados y 278 consejeros regionales, pero los cálculos más optimistas prevén que los que acudan a las urnas no llegarán a la mitad de esa cifra.

 

De acuerdo con las proyecciones de expertos electorales y analistas sociales, los votantes fluctuarán entre un 47 y un 48 % del padrón, en el marco de estudios que presentan a Chile como el país con la menor participación electoral de América Latina.

 

En las elecciones municipales celebradas en octubre del 2016, la abstención fue la gran ganadora, con un 65 %, y ahora se calcula que será menor, pero sin que los votantes sobrepasen la mitad del padrón total.

 

La abstención aumentó de forma exponencial tras la aprobación de una nueva ley electoral en 2012 que estableció la inscripción automática en el registro al cumplir 18 años, pero también determinó el voto voluntario. La norma anterior establecía lo contrario: inscripción voluntaria en el registro, pero el voto era obligatorio, lo que significaba moderadas cifras de abstención que se mantuvieron durante años.

 

En la elección presidencial de 1989, cuyo ganador fue el democristiano Patricio Aylwin, la abstención fue del 5,3 %, y del 8,8 % en 1993, cuando triunfó Eduardo Frei Ruiz-Tagle, según datos oficiales.

 

En la segunda vuelta de los comicios de 1999, que llevaron a La Moneda a Ricardo Lagos, la abstención fue del 9,9 %  y desde ahí la proporción se mantuvo en torno al 12 %, y del 14 % en las municipales. Michelle Bachelet ganó en 2005 con un 12,9 % de abstención en la segunda vuelta.

  

 

En 2009, el triunfo de Sebastián Piñera fue con un 13,1 % de ausentes en la segunda vuelta, mientras que en las municipales de 2012, que supusieron el debut de la nueva ley, subió hasta el 56,8   En tanto, en 2013 Bachelet obtuvo su segundo mandato con un 58 % de votantes que optaron por abstenerse en la segunda vuelta.

 

Para expertos como Claudio Fuentes, la baja participación perjudica la legitimidad de los comicios. ‘El mandatario o mandataria llega con un porcentaje de apoyo muy bajo y eso debilita después su propia gestión‘, explica al diario La Nación.

 

La pregunta es qué es lo que ha distanciado hasta ese extremo a los chilenos de la política y de los políticos, cuyos mensajes, proyectos y planteamientos les dejan indiferentes. Las respuestas se deben buscar en la historia. En la antigua República, antes de la dictadura de AugustoPinochet (1973-1990), los chilenos aprendían ya en la escuela los derechos y deberes ciudadanos, lo que es la democracia, la relación de mayorías y minorías, y los procesos legislativos. La educación cívica estaba integrada en las mallas curriculares de la enseñanza.

 

Cada partido político poseía un periódico para difundir sus ideas y era notorio su despliegue proselitista permanente, lo que les permitía, además, formar legiones de activistas que, más allá del contenido ideológico de sus discursos, tenían en común la adhesión a la democracia y a los procesos electorales, así como a la alternancia en el poder.

 

Todo ello se suprimió durante el régimen de Pinochet, quien hizo de los ‘señores políticos‘ uno de sus blancos principales, ya sea persiguiéndoles, expulsándoles del país o reduciéndoles al calificativo de ‘lacra que había arruinado a Chile‘.

 

Y ello, sin contar los que fueron asesinados o hechos desaparecer en los primeros años de la dictadura, que durante 17 años mantuvo clausurados los órganos de representación popular. Paradójicamente, Pinochet fue derrotado ‘con un papel y un lápiz‘, como dijo una vez Ricardo Lagos, en el plebiscito de octubre de 1988, mas en los años siguientes, durante la transición a la democracia, no hubo esfuerzos para recuperar el espíritu de los chilenos.

 

Los partidos renunciaron a tener periódicos y a la formación de activistas, transformándose en organizaciones de cúpulas que negociaban acuerdos a espaldas de la gente. Y todo ello, en el marco de un sistema electoral binominal que no reflejaba la voluntad de las mayorías, al permitir que una coalición con un tercio de los votos tuviera igual representación que aquella que casi la triplicaba en votos.

 

El sistema propició además la entronización de algunos parlamentarios, quienes con potentes máquinas partidarias han permanecido desde 1989 en el Congreso, donde además durante años mantuvieron entelequias políticas, como los llamados ‘senadores designados‘ y los vitalicios.

 

El desencanto ciudadano se tradujo en abstención, además de llevar al Parlamento y otras instituciones cívicas a tener ínfimas cifras de aprobación ciudadana, inferiores al diez por ciento. En ese contexto, los chilenos más fieles a sus principios y tradiciones son los de la derecha política, que ha podido mantener un núcleo de votantes ‘duro‘.

 

Esto ha posicionado a Sebastián Piñera como el favorito para ganar este domingo, aunque probablemente sin mayoría absoluta, lo que obligará a una segunda vuelta el 17 de diciembre, frente a la disgregación de los bloques de centro e izquierda, que llegan a los comicios con seis candidatos presidenciales de un total de ocho.

 

Según los expertos, cuantos más ciudadanos desencantados opten por quedarse en casa mañana, más posibilidades tiene Piñera de ganar en primera vuelta y ahorrarse el balotaje.