Siempre fuimos un pueblo esperanzado y alegre. Nuestra historia como nación se construyó en base a gestas heroicas, donde la esperanza ocupó un lugar central. Nadie se lanza a cruzar la Cordillera de Los Andes sin creer que lo va a lograr. Pero también la alegría está en el ADN de nuestra identidad como pueblo. Siempre he pensado que ello tiene mucho que ver con la amalgama de razas, culturas y costumbres diferentes que fueron forjando nuestra propia identidad. Crecimos en las diferencias y con los años supimos celebrar el encuentro. De alguna manera, era una imperceptible fuente de alegría.

Es cierto que los convulsionados tiempos que vivimos están demasiados cargados de desesperanza y crispación de ánimos. También es cierto que ya no tenemos una cordillera que cruzar, pero tenemos un sueño como país libre que alcanzar. Y la desesperanza no es buena consejera. Por su parte, la alegría se nos ha ido diluyendo ante tanta dosis de desencuentros y escenarios políticos y sociales cargados de violencia e intolerancia hacia quien piensa distinto. Le estamos dando la espalda a nuestra propia identidad cultural. Tal vez esto sea un punto de inflexión: la esperanza y la alegría son dos valores que no debemos perder ni dejar que nos arrebaten. Pues bien, propongo al lector recordar algunos conceptos sobre la alegría y su vinculación con lo que estamos llamados a ser. Una reflexión ética de la alegría, cuyo punto de partida es su relación con el amor. He aquí un primer punto. Sino aprendemos a amar al otro, más allá de las diferencias, no habrá encuentro posible y la alegría naufragará en el ancho mar de las discordias y desavenencias.

LA ALEGRÍA ES CONSECUENCIA DEL AMOR

Planteo el tema a partir de dos preguntas. -¿Cuándo se alegra uno de hecho? La respuesta es clara, por lo menos desde mi perspectiva. Cuando se encuentra lo que buscaba, cuando se tiene lo que quería. ¿Y que se busca y se quiere si no es aquello que de algún modo se ama? Por lo tanto, toda alegría presupone y procede del amor. De allí que la alegría no es euforia ni diversión alienante. Todo lo contrario. Es sosiego y desenvolvimiento del ser en la posesión de la cosa amada. De alguna manera, el bien o cosa amada que nos causa alegría, ingresa a muestra interioridad y es vivenciado como un don. La alegría que se convierte en gozo, es causada por el amor ante la presencia en nuestra alma de aquel bien amado. He aquí un segundo punto para pensar juntos: debemos trocar amor por odio para que las relaciones humanas sean más humanas.

LA DIMENSIÓN ÉTICA DE LA ALEGRÍA

Hay otra dimensión de la alegría de la que poco hablamos: su relación con la vida moral. Tomar decisiones correctas, hacer el mayor bien posible, no son exigencias impuestas desde fuera del sujeto. Proceden desde el interior de la persona. Es una exigencia de la propia naturaleza del ser humano. En la medida que nuestras acciones favorezcan la realización de nuestro propio ser, el gozo y la alegría serán su consecuencia inmediata. ¿Quién puede sentir alegría ante la posesión de un objeto o cosa que esclaviza nuestra voluntad y ofusca nuestra inteligencia? Por eso, a la pregunta kantiana por excelencia: – ¿qué debo hacer?, debe acompañarse con un interrogante antropológico más profundo: – ¿quién quiero llegar a ser? Esta última pregunta arrojará luz a la primera. Sólo alcanzaremos la verdadera alegría, cuando en nuestra vida moral haya armonía entre lo que se es y se practica en los hechos. La recta conducta, hacer lo que se debe, ser justo, amar al otro hasta que duela, nos llevará a la plenitud de nuestra existencia e indudablemente nos traerá gozo y alegría interior. No se me escapa en esta reflexión, la falta de ejemplaridad que nos agobia. Pero acá en el llano somos más los que intentamos día tras día hacer lo éticamente correcto. No tenemos tiempo para el desánimo ni disputas estériles. Y cuando las aguas no bajen cargadas de esperanza y alegría, habrá que recorrer entonces el ciclo inverso del agua. Que sea nuestro ejemplo como sociedad, el agua que se evapore y ascienda hacia las nubes.

 

Por Miryan Andujar
Abogada, docente e investigadora
Instituto de Bioética de la UCCuyo