
El Papa Francisco en su magisterio sobre el amor conyugal se pregunta: "¿Es posible amarse para siempre"? y dice que muchas personas hoy tienen miedo de hacer opciones definitivas… Hacer opciones para toda la vida, parece imposible. Hoy todo cambia rápidamente, nada dura largamente. Y esta mentalidad lleva a muchos que se preparan para el matrimonio a decir: "estamos juntos hasta que dure el amor", ¿y luego? Muchos saludos y nos vemos. Y así termina el matrimonio" (Discurso a las parejas de novios que se preparan al matrimonio, 14/02/14). Sin embargo, el verdadero amor dura para siempre. La fórmula del consentimiento matrimonial así lo promete: "amándote y respetándote durante toda mi vida".
Un signo evidente de este compromiso son los "anillos que se intercambian" los novios (AL, 216). Representan la alianza de amor eterno entre ellos. Generalmente, en los anillos se graban los nombres y la fecha de la boda. Estos anillos tradicionalmente son de oro para señalar la perpetuidad del amor. Se llevan en el dedo anular de la mano izquierda, pues, en la antigua Roma, se creía que había una vena llamada "Amoris" que iba directamente de ese dedo hasta el corazón, y aunque se sabe que esta vena no existe, se sigue conservando la tradición. En cuanto a su forma, el círculo representa la eternidad, lo infinito y lo inmortal.
En el rito católico del sacramento del matrimonio, los esposos se ponen recíprocamente el uno al otro los respectivos anillos justo después de que han unido sus vidas por medio del consentimiento matrimonial. Ahora confirman esas palabras con un gesto simbólico que les recordará toda su vida lo que señala la Escritura: "Mi amado es mío y yo suya…Yo soy para mi amada y mi amada es para mí" (Cantar 2,16; 6,3).
Señala el Papa Francisco: "En el matrimonio se vive también el sentido de pertenecer por completo sólo a una persona. Los esposos asumen el desafío y el anhelo de envejecer y desgastarse juntos y así reflejan la fidelidad de Dios. Esta firme decisión, que marca un estilo de vida, es una exigencia interior del pacto de amor conyugal, porque quien no se decide a querer para siempre, es difícil que pueda amar de veras un solo día. Pero esto no tendría sentido espiritual si se tratara sólo de una ley vivida con resignación. Es una pertenencia del corazón, allí donde sólo Dios ve (Mt 5,28). Cada mañana, al levantarse, se vuelve a tomar ante Dios esta decisión de fidelidad, pase lo que pase a lo largo de la jornada. Y cada uno, cuando va a dormir, espera levantarse para continuar esta aventura, confiando en la ayuda del Señor. Así, cada cónyuge es para el otro signo e instrumento de la cercanía del Señor, que no nos deja solos: "Yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo (Mt 28,20)" (AL,319).
Por Ricardo Sánchez Recio
Orientador Familiar. Bioquímico legista. Profesor en Química.
