Enojo. Portugueses disconformes en 2013 por los recortes del Gobierno, que intentó reducir a cero el gasto público de la nación europea.

 

Por Licenciado Eduardo Carelli

 

En época de crisis económica y de campaña electoral es necesario generar en los votantes algún tipo de expectativa, instalando para ello algún mensaje que genere optimismo por el futuro inmediato. Así, si se analiza la historia reciente, en octubre de 2007, Cristina Fernández, que acababa de ganar las elecciones, dijo que le gustaría que la Argentina sea un país como Alemania, con un gran desarrollo tecnológico e innovación que le permitiera agregar valor a las exportaciones.

Más tarde, Mauricio Macri, en la campaña presidencial anterior, se negaba a hablar de economía y de modelos, sin embargo, al prometer que no iba a privatizar YPF o Aerolíneas Argentinas y que no iba a modificar la Asignación Universal por Hijo, cosas que al final cumplió, generó la definición de "macrismo keynesiano". Por último, Alberto Fernández, cuando visitó recientemente al socialista António Costa, el primer ministro de Portugal, anunció que deseaba copiar su modelo económico, que incluye disciplina fiscal con alguna promoción del consumo.

¿Pero es posible replicar un modelo económico que se ha empleado con más o menos éxito en otro país?. Considerando que los modelos económicos son el resultado de evoluciones históricas y que se generan en el marco de un contexto político y social determinado, la respuesta es "no".

El tema es que los planes y programas económicos tienen un trasfondo y ese es la propia historia del país. El modelo de desarrollo industrial de Alemania, que lo hace inmune a las crisis económicas globales, surge en el siglo XVII de la mano del cameralismo, una escuela económica que era la derivación germánica del mercantilismo del siglo anterior.

Ese cameralismo, nombre que deriva de la palabra "kammer" y que hace referencia a las cámaras donde se administraban las finanzas reales y se discutían los asuntos comerciales e impositivos en los principados alemanes, sentó ciertas bases que han sustentado la economía germana durante más de dos siglos. Entre ellas estaban la correcta administración de los fondos del Estado, un duro combate a la corrupción y promover el comercio, la industria artesanal intensiva, la agricultura y la prosperidad general. ¿El ideólogo de esta rigurosidad administrativa?. Un economista olvidado llamado Veit von Seckendorff.

Durante el siglo XIX esta escuela influyó, y en parte mutó, en una nueva corriente económica: el "Historicismo". Con esta tendencia, enemiga del liberalismo inglés, hicieron su debut conceptos que han impactado en la economía mundial. De la mano de su creador, Friedrich von List, apareció la idea del proteccionismo económico que defendiera a los pequeños estados alemanes de la penetración de los productos ingleses que resultaban de la Revolución Industrial.

Esta corriente, vinculada a lo más rancio del conservadurismo teutón, también aportó la idea de que la riqueza de una nación no se puede medir por la cantidad de artículos que poseen valor de cambio, sino por la capacidad de crear riqueza y por su fuerza productiva, que está constituida por su cultura, ciencia, técnica e instituciones políticas y jurídicas. También dejó una avanzada legislación socio-económica, que trajo aparejado el nacimiento de las jubilaciones, los seguros laborales y conceptos como el de "justicia social", luego tomado hasta en su nombre por el peronismo vernáculo.

El modelo alemán es el resultado de un análisis riguroso de la realidad propia, de una constante respuesta activa a las limitaciones del contexto, de una construcción cultural de siglos y de una lucha contra los proyectos económicos importados. Así se construyó un modelo industrial fuerte, permanente y con identidad nacional, mientras que la industria argentina nació, en el marco de las dos guerras mundiales, de la necesidad por sustituir coyunturalmente lo importado, y siempre subsidiaria del proyecto agrícola-ganadero.

El modelo portugués es una verdadera incógnita y tan inaplicable fuera de su contexto como cualquier otro. Se sustenta en varios hechos muy singulares y propios de la realidad europea, al tiempo que posee algunas figuras garantes.

Una es su presidente, Marcelo Rebelo de Souza, un carismático político -católico y socialdemócrata- que ha logrado mantener un trato personal con sus conciudadanos. Hiperactivo, abraza a sus seguidores, se saca "selfies", maneja su propio auto y tiene un sitio web -TeleMarcelo-, que envía mensajes telefónicos de salutación que hasta despiertan a pedido por las mañanas. Otras son el secretario de Estado de Asuntos Parlamentarios, Duarte Cordeiro, encargado de negociar el apoyo al oficialismo dentro del amplio espectro de la izquierda, y el ministro de Finanzas Mário Centeno, un ultraliberal en un gobierno socialista, casi una exigencia del "sistema".

Los números iniciales del programa parecieron acompañar al primer ministro António Costa. Aumentó los sueldos y las jubilaciones mínimas, logró una relativa recuperación del consumo, buscó atraer capitales chinos, redujo la desocupación del 12% en 2015 al 6,3% en 2018 y tuvo un pico histórico de crecimiento del 2,6% en 2017. Su modelo no solo atrajo la atención de Alberto Fernández, sino también la de otros candidatos de izquierda, que en distintas elecciones europeas comenzaron a buscar la foto con Costa.

Otro de los motivos que posibilitó el dudoso éxito del modelo es el acuerdo nacional al que la clase política llegó para reducir a cero el gasto público en este año. Este dramático recorte generó un pico de crisis política en los últimos meses de mayo y junio, cuando el primer ministro Costa decidió no otorgar aumentos a los docentes, ni reconocer la antigüedad de los empleados estatales, lo que casi provoca la caída de su gobierno, que fue salvado por un acuerdo multipartidario que convino en mantener los sueldos en los niveles de 2010.

La inexistencia de inflación, la política expansiva implementada por el Banco Central Europeo, el cumplimiento de las exigencias de control fiscal del FMI, la no existencia de un gasto social creciente, que incluya sostener políticas migratorias como en los demás países de la UE, pero sobre todo la feroz contracción fiscal completan el modelo portugués, al punto que Costa terminó declarando, con respecto a este último punto, que el achique presupuestario era "el triunfo de la responsabilidad".

Pero el lado negativo también está presente. Actualmente se vive en el país un alza del costo de vida, se han disparado los precios de los inmuebles y los alquileres y hay una considerable reducción del gasto público para poder hacer frente a los pagos de la deuda externa, lo que ha afectado el funcionamiento del sistema de salud, a las universidades públicas y a la infraestructura de los ferrocarriles. Todo acompañado con una fuerte precarización salarial y laboral, como señala el periodista y analista de izquierda Mickaël Correia.

Si lo que se pretende aplicar en la Argentina es un modelo similar al portugués no se avizora un futuro muy diferente a lo que se vive desde que se inició la última crisis. El modelo de prolijidad fiscal y reducción del gasto que aplica Costa tiene similitudes con lo realizado por el actual gobierno, donde el pedido de disciplinamiento fiscal no lo realizó la UE sino el FMI y el "mercado", pero que, a diferencia del lusitano, se hizo sin la existencia de un acuerdo político amplio que lo avale.

Los anuncios políticos han pasado del industrialismo alemán al keynesianismo anglosajón, para terminar en el modelo de corrección fiscal con precarización que se aplica desde Lisboa. Los tres son modelos completamente diferentes y la perenne crisis no ha hecho más que devaluar el proyecto a imitar. Probablemente, de producirse un cambio en el rumbo político y de copiarse el modelo luso, el escenario futuro termine siendo similar al actual. En definitiva, quizá Mauricio Macri y Alberto Fernández no sean tan diferentes como se cree.