FOTOS: Marcos Carrizo
Una tranquera de madera avejentada se observa cerrada, firme, resguardando a sol y a sombra a una escuela que se emplaza en medio del más impiadoso desierto. El edificio está llamativamente intacto, como si las inclemencias del tiempo de los últimos 70 años no pudieron doblegarlo. La Escuela Nº96 de Punta del Agua se terminó de construir en 1953 -la mandó a hacer Juan Domingo Perón- y es de las pocas cosas que quedan en pie de este polo agrícola y que retrata la inquebrantable fe de la gente que llegó de todos lados y le puso el hombro hasta convertirla en un vergel, el más próspero del norte sanjuanino.
Punta del Agua está emplazada en la depresión del Bermejo, justo al naciente del valle de Huaco, en el departamento Jáchal, y recostada sobre las sierras de Valle Fértil. La superficie original de la estancia alcanzó las 604.000 hectáreas, pero con regadío para no más de 2.200. Llegar al casco del pueblo no es fácil y se necesita de vehículos 4×4. Un equipo de este diario emprendió la travesía para reconstruir la historia de un lugar que deja sin aliento y del cual poco se conoce.
El campo está a un costado de la nueva Ruta 150. Apenas un cartel de madera a orillas del asfalto -en forma de cruz con un "ojo de gato"- resulta la única guía para dar con la huella de ingreso que en época de lluvias, cuando baja el agua, se borra. Hallar el camino correcto necesita de baqueanos de la zona o alguien hábil con un geolocalizador. Son 8 kilómetros campo adentro, primero atravesando tres cauces semisecos pero de un suelo espeso, que puede ser una trampa para vehículos bajos y conductores inexpertos. Lo que viene es un camino pedregoso, donde las ramas de los árboles espinosos golpean a los vehículos. El camino muestra una variante hacia el Norte y un cartel de chapa oxidado que señala que más adelante está la escuela.
El callejón final que lleva a la tranquera de la escuela es polvoriento. El calor y la sequedad ahuyenta a cualquiera pero la "zanahoria" del viaje está cuando el callejón "topa", momento donde aparece la silueta de la escuela. De frente se ve el ingreso al edificio, al costado derecho está el inmueble de la vieja administración y en la parte trasera del establecimiento educativo las casas que ocupaban los maestros. A unos 100 metros al noroeste se divisan los primeros caseríos, o lo que queda de ellos. Paredes anchas de adobe que se mantienen en pie con techos que están derrumbados. Adentro todavía está alguna que otra herramienta para arar la tierra, herrumbrada y probablemente ya inútil. Una curiosidad, los únicos árboles totalmente secos que se ven en los alrededores son los que implantaron los primeros residentes, entre los que se cuentan eucaliptos y uno que otro pino.
A principios del siglo pasado es la Sociedad Laborde la que compra los campos a un terrateniente de la zona, Don Ignacio Sarmiento. Son los nuevos dueños quienes mandan al alemán Otto Abercan, que arriba con un grupo de inmigrantes entre los que había albañiles y herreros. Tal fue el empuje que la nueva administración le da a Punta del Agua que trae en carretones desde Buenos Aires una enorme caldera para que el pueblo tenga un molino y pueda procesar el maíz y el trigo. El pueblo estaba bien constituido, tenía el casco de la estancia, la policía, el correo, una iglesia, dos clubes de fútbol -Sportivo Estudiantes y Sportivo San Isidro-, un cementerio (una crecida lo terminó destrozando) y la escuela, en la que concurrían unos 100 alumnos y apenas 3 maestros, en el mejor de los casos. Se pueden ver 5 aulas, con su pizarrón negro y al fondo los ganchos para que los alumnos colgaran sus bolsos. En la parte trasera de la edificación central aún permanece el mástil en el patio y, más atrás, a unos 50 metros, la casa que se construyó para que residieran los educadores. También hay una espigada construcción que en su parte superior tenía los tanques de agua.
De acuerdo a la información que recogió este diario, se asentaron alrededor de 120 colonos en el apogeo del pueblo (unas 800 personas, por lo numerosa que eran las familias) y arrendaban las tierras que se dividían en parcelas. Cada colono sembraba lo que quería, aunque la mayoría optaba por maíz o trigo, dejando un lugar para la chacra, donde cultivaban todo lo que comían. Y también varios de ellos tenían su corral con animales de granja, como vacas, ovejas y gallinas. En un principio, el funcionamiento del pueblo fue ordenado, había comida, agua y vendían parte de la producción en Jáchal, Valle Fértil y los puestos cercanos. Contaban con las dependencias necesarias para que la organización fuera aceitada. Pagaban el alquiler de la tierra con parte de su producción y gozaba cada uno de los colonos de "una suerte de agua" (así le llamaban al jugoso caudal que le entregaban) a cambio de unos 600 kilos de trigo, volumen que variaba dependiendo la superficie a regar. El agua venía del río Huaco a un canal general y de ahí se distribuía en los canales de las Flores, de la Falda, de la Finca, de la Rinconada y de los Chifles. Todas obras hidráulicas ideadas por el alemán Abercan.
La prosperidad fue decayendo poco a poco y en 1938, luego de la desidia en que se sumergió la Sociedad Laborde, la estancia cae en manos de nuevos administradores, encabezados por el español Gándara y un hombre de apellido Puigrós, que tratan de repuntar el funcionamiento de la estancia aunque el manejo se torna deficitario. No pasó mucho tiempo para que vuelva a cambiar de dueños, quedando en 1947 al frente un tal Sambrizzi. Llegó con ideas nuevas, convencido de que lo que había que plantar eran olivos y fue así que de a poco varios colonos -algunos presionados para entregar sus tierras- se fueron a hacer sus vidas en otro sitio. Para 1953 y de acuerdo a un censo, sólo permanecían 84 familias en el pueblo. Los que emigraron lo hicieron a Valle Fértil, a otras zonas de Jáchal y, los menos, a la ciudad de San Juan. Ya nada fue igual, incluso la sequía también jugó su papel en ese éxodo. Lo que siguió fue una sangría permanente de gente buscando nuevos rumbos. Por 1980, casi sin niños en la estancia, el Ministerio de Educación decide cerrar la escuela y con ello se termina la vida en Punta del Agua. Apenas un puñado de voluntades se quedó a seguir trabajando la tierra y fue Don Amancio Mallea y su mujer Josefa Molina, los que desde principios de los ’90 permanecieron hasta la fecha (ver aparte "Don Amancio, el último custodio de la estancia") y los que velan para que no vandalicen las pocas construcciones en pie que quedan en el lugar. Lo último que se plantó en esas tierras fue cebolla, luego la agreste vegetación fue ganando terreno a contramano de los cultivos que lo perdieron hasta desaparecer por completo.
> Postales de otro tiempo
EL DOCUMENTAL
- En la página web, en el canal de Youtube y en las redes sociales de DIARIO DE CUYO, se podrá observar desde hoy un documental sobre Punta del Agua que muestra detalles nunca antes vistos de la estancia, voces de descendientes, postales del lugar y sonidos que invitan a sumergirse en la historia de esta vieja colonia.