Enero de 1982. Osvaldo es un adolescente de pueblo cuando los números de su documento definen, por azar, su destino: tiene 17 años y acaba de salir sorteado para hacer el servicio militar obligatorio. Todavía no lo sabe pero dentro de tres meses, aterrizará en Malvinas. Para el resto, será el soldado Osvaldo Marrone, uno más de los jóvenes e inexpertos soldaditos enviados a pelear contra el Ejército británico. Pero Marrone guarda un secreto: va a luchar como se supone que tiene que hacerlo un hombre, pero siempre se sintió mujer.
Marzo de 2014. Osvaldo acaba de cumplir 50 años, está casado y es padre de mellizos. Lleva años inyectándose testosterona para ser “un hombre normal” y acaba de encontrar una explicación a su secreto en un consultorio médico: tiene un cromosoma extra. Es lo que la directora de cine Lucía Puenzo contó en su película: ni XY, como los hombres, ni XX, como las mujeres: es XXY. De ahora en más, su vida dará una vuelta de campana: Osvaldo cambiará su partida de nacimiento para empezar a vivir como siempre se percibió: ahora es una mujer intersexual y se llama Tahiana.
“Todo lo que hacía se inclinaba hacia lo femenino, desde la primaria. Jugaba con cosas de nenas, me gustaba hacer manualidades, le robaba la ropa a mi hermana. Siempre sentí que había algo raro pero me lo guardaba para mí”, cuenta a Infobae desde su casa, en Chañar Ladeado, Santa Fe. “Con el paso de los años eso se fue acrecentando, pero siempre quedó oculto. Mi padre había nacido en 1920, ¿qué podía tratar de contarle?”.
Ese verano previo a la guerra, siete jóvenes del pueblo en el que vivía -Corral de Bustos, Córdoba-, fueron reclutados. “Éramos todos muy chicos, yo cumplí los 18 en Malvinas. Cuando estábamos en el avión nos dijeron que íbamos a un entrenamiento. A nuestras familias les enviaron un telegrama después, cuando ya estábamos allá. Los felicitaban porque nosotros estábamos defendiendo la soberanía”.
Lo que siguió fueron más de 70 días refugiado en los llamados pozos de zorro, en la Bahía Fox: fosas de menos de 2 metros de profundidad por 2 de ancho, con techos disimulados con tierra y pasto que construyeron para que no los vieran desde los aviones.
“Igual nos vivían bombardeando, cada vez más cerca. Estar en los pozos era como estar en el interior de la tierra durante un sismo de ocho grados. Recuerdo una vez que pasaron los aviones tirando bombas beluga, que son unas bombas grandes que se abren y salen otras más chicas. Yo creo que nos salvamos de milagro, no una sino varias veces. La cosa es que yo estaba ahí defendiendo a la patria como los otros, pero igual me sentía mujer”.
Aquel soldado Marrone volvió: derrotado, triste, flaco, pero vivo. Se echaba la culpa por no haber podido mantener la soberanía. Al año siguiente empezó a trabajar en el sector administrativo del casino de Corral de Bustos. “Ya me había dado cuenta de que tenía cada vez más sensaciones femeninas y menos masculinas: no tenía espermatozoides, nada. Mis genitales no funcionaban. Ahí tomé coraje y fui a ver a un endocrinólogo. El médico me dijo que la solución era inyectarme testosterona. Fue un poco de error mío, por no saber, y error del médico, por decidir forzarme con hormonas a ser alguien que yo no sentía”.
El médico Adrián Helien, coordinador del Grupo de Atención a Personas Transexuales del Hospital Durand y autor del libro “Cuerpos equivocados”, lo pone en contexto: “Tradicionalmente, todo lo que no entra en el sistema binario ‘varón-mujer’, la Medicina lo asocia a una patología. La solución, entonces, era intervenir con medicación o bisturí para ‘normalizar’ a esa persona y poder meterla en el casillero del rosa o el celeste. Hoy estamos cuestionando eso desde la ética médica y en varios países ya hay juicios, porque esas intervenciones ya se consideran mala praxis”.
Sucede que hay muchos niños intersexuales que nacen con genitales ambiguos (por ejemplo, clítoris grandes que parecen penes pequeños o testículos que no han descendido y un escroto pequeño y separado, semejante a los labios de una vagina): lo que hacen muchos médicos es operarlos para que sean “una cosa u otra”, sin esperar a que ese niño crezca y decida con qué identidad de género se identifica.
Lo que la medicina logró en Tahiana fue silenciar su parte femenina y potenciar la que coincidía con sus genitales. Así, aquel hombre de 30 años, se enamoró, se casó y se convirtió en padre de mellizos (hoy tienen 22 años). “Sentí alivio porque encajaba con lo que pedía la sociedad, que fuera varón o que fuera mujer. Pero la verdad es que eso otro seguía latente”.
Pero las tres décadas que pasó dándose inyecciones mensuales de testosterona a escondidas de su mujer, terminaron pasándole factura: comenzó a estar irascible, a tener mal carácter y aparecieron los problemas renales. Por eso decidió ver a una médica genetista. El estudio cromosómico -por el que tuvo que pagar casi 4.000 pesos- mostró que tenía Síndrome de Klinefelter, una alteración genética que le ocurre a los varones que nacen con un cromosoma extra. Por eso también se lo llama “XXY”.
“Me puse muy contenta porque encontré una respuesta. Hasta ese momento, yo no me identificaba con un hombre, ni con un gay ni con una persona trans. Ahora sé que soy una persona intersexual, tengo cosas de mujer y de varón”, explica a Infobae. “Yo no tengo nuez de adán y cuando dejé de inyectarme, me empezaron a crecer los pechos. Tengo pechos naturales con glándulas mamarias como cualquier mujer pero ese desarrollo había estado frenado durante 30 años por la medicación”.
Su esposa no soportó el cambio y se separaron. Tahiana les mostró los estudios médicos a sus hijos para que entendieran que no era un capricho, pero aún no pudieron digerirlo. Hacía años que trabajaba en el área de Sistemas en la Lotería de Córdoba con su identidad de varón cuando hizo la transición y empezó a ir a trabajar como mujer. “En general, no hubo problemas. Siempre hay alguien que te mira como a un bicho raro, pero bueno. Con los menores de 30 años es más fácil; con los más grandes, especialmente con los hombres, es más difícil”.
Haber sobrevivido a una guerra, dice, la ayudó a tomar la decisión: “Es que yo volví de Malvinas con un enorme respeto por la vida. Malvinas me dio fuerza para luchar y no tener miedo. Aquella fue mi lucha antes, esta es mi lucha ahora. Ya no necesito ocultarme”. Haber superado el pánico la convirtió en un referente. Tahiana da charlas “de superación y vida”, no sólo para personas con otra orientación sexual o identidad de género sino para cualquiera “que tenga dificultades para ser quien quiere ser”.
Son muy pocos los veteranos que respetaron su decisión. Son pocos los que no la ven “como a un hombre disfrazado”. Este año, sin embargo, llegó un reconocimiento. La llamaron desde la Legislatura de Córdoba para darle una mención honorífica por su labor en la Guerra de Malvinas. Antes, en abril, había participado de un acto en Corral de Bustos. Ese día, hubo veteranos que fueron con su uniforme camuflado -uno de ellos con muletas, amputado-. Tahiana recibió su medalla con un vestido y tacos blancos.
FUENTE: INFOBAE