Mimetizado con los cerros, el escenario de 2.500 metros cuadrados, más cerca que nunca de la gente, fue el lugar donde el grito de libertad se potenció hasta hacer estremecer a más de 100 mil personas en el Autódromo Eduardo Copello. Un escenario que emuló a la Cordillera de los Andes y por el que pasaron 450 artistas que dejaron todo y que mostraron que lo que sobra en San Juan es el talento. Así, “Sueños de Libertad-El cruce de los Andes”, fue mucho más que una puesta en escena. Al rememorar la Gesta Sanmartiniana quedó en evidencia que el trabajo en equipo de los artistas locales puede hacer que se estremezcan hasta las piedras.
Un inicio que no tuvo desperdicio. Con proyecciones de cadenas y mujeres llamadas “las rojas” que representaron la pasión que corría por las venas de los patriotas y el corazón puesto al servicio de la causa. La primera ovación del público fue ni bien apareció en escena el San Martín viejo, interpretado por Benjamín Kuchen, al que en ningún momento se le notó que los de ayer fueron sus primeros pasos actorales. Su sola presencia sirvió para que la gente se parara a aplaudirlo. Así, en un diálogo con su hija Merceditas, este personaje sirvió de hilo conductor de toda la obra. Una puesta que fue sencilla y contundente, donde bailarines y actores mostraron cómo se trabaja en equipo y poniendo todo para que cada engranaje funcione.
No menor fue el papel de la música. Con Martín Ferres a la cabeza, como un hilo invisible que penetraba cada escena, los acordes localistas, guitarras mágicas y bombos contundentes, sirvieron para agregar un grano más a uno de los espectáculos más consistentes de la Fiesta del Sol.
Fueron 50 minutos de una clase magistral de historia en la que la gente pudo comprender qué significó la Gesta Sanmartiniana y cómo el Padre de la Patria armó su estrategia para liberar a tres países. La dirección artística y coreográfica del espectáculo fue de Gerardo Lecich que estuvo acompañado por un equipo de primera línea. Algo que quedó en evidencia de principio a fin.
Fue una puesta impregnada de realismo mágico y cuya escenografía se apoyó en la proyección de ilustraciones realizadas por los mejores artistas locales. Un San Martín joven, interpretado impecablemente por Guillermo Kuchen, hizo que a la gente se le pusiera la piel de gallina con sólo observar el gesto de su rostro.
La música cuyana como hilo conductor, el casi inexistente cambio de vestuario, la utilería hiperrealista en la que se tuvo presente hasta los detalles de la taza de porcelana de San Martín, dejaron en evidencia un trabajo de hormiga de los artistas, tanto de los que subieron al escenario como de los que estuvieron del otro lado.
La obra tuvo 11 escenas perfectamente conectadas, que fluyeron sin tropiezos. Actuación impecable, bailarines coordinados, danzas que acapararon el mega escenario fueron más que suficiente para que la gente aplaudiera con la misma intensidad cada cuadro.
Hubo climas tan distintos como intensos. En medio de una obra que buscó hacer un homenaje en el año en el que se cumple el bicentenario de la Gesta Sanmartiniana, el romance también tuvo su espacio. Una de las escenas más sutiles, profundas y emocionantes fue la que tuvo como protagonista al San Martín joven y a su esposa Remedios. En una danza aérea entre las estrellas, los personajes se esfumaron lentamente en el cielo.
Por otro lado, la escena en la que San Martín cruza los Andes, no fue menos impactante. Tambores, danzas rojas, uniformes blancos, cuerpos que se enroscaban en una batalla (la de Chacabuco), que fue el puntapié para continuar con la liberación. No menos conmovedor fue el encuentro entre San Martín viejo y el joven (padre e hijo en la vida real).
La obra mantuvo el ritmo durante los 50 minutos que duró para llegar a un final impactante donde la Bandera argentina surcó todo el cielo del Autódromo que ya había estallado en aplausos.