Rusia, junto con China y Turquía, se apresuraron a dar su apoyo al tambaleante gobierno de Nicolás Maduro luego de que los Estados Unidos, la Unión Europea, y numerosos países latinoamericanos recocieran al jefe del Parlamento, Juan Guaidó como presidente provisorio de Venezuela. Rápidamente los analistas internacionales interpretaron que el respaldo a la dictadura chavista se sustentaba en principios ideológicos y estratégicos.
Pero a medida que transcurren los acontecimientos en el país caribeño, se sabe que en el caso ruso en particular, las grandes preocupaciones de Vladimir Putin son el peso político y económico que tiene para Moscú la crisis venezolana. No sólo por perder a Maduro como principal aliado en América latina sino por las cuantiosas inversiones y una deuda por demás impagable en las actuales circunstancias.
Si Maduro cae, Rusia podría perder una alianza que comenzó con Hugo Chávez en 1999 y más allá del perfil político de la sociedad, Moscú se ha convertido en el segundo acreedor de Venezuela, detrás de China, y estas inversiones se ven amenazas seriamente. En diciembre pasado, durante una visita de Maduro a Rusia, obtuvo 6.000 millones de dólares para invertirlos a los sectores petroleros y minero.
La relación comenzó en 2005 en el campo militar con la compra de 11.000 millones de dólares en armas rusas, como tanques, fusiles Kalashnikov y aviones Sukoi, todo con créditos, y luego el vínculo económico se volcó al sector petrolero, principalmente. Por eso no es descabellada la versión sobre la presencia en Caracas de custodios de varias compañías privadas rusas para apoyar a Maduro, aunque el Kremlin lo niega, no obstante afirmar que Rusia defenderá sus intereses en el marco del derecho internacional.
Es más, en estos días, y a medida que Maduro se desmorona, Rusia admitió que también podría conversar con otras fuerzas venezolanas a condición de que la transferencia de poder sea legítima, en clara alusión al fin de la revolución bolivariana. El problema es más económico que político porque le toca el bolsillo a Putin a través de la compañía mixta Rosneft muy cercana al líder ruso y proyectos conjuntos con la estatal PDVSA, que para colmo le inhibieron los activos por orden de Washington.
En este contexto poco parece importar la ideología, de la misma manera que China busca salir de la encrucijada económica por lo adeudado acumulado durante años, como proveedor de insumos y servicios. Es que el pragmatismo es el que manda ahora en las transacciones internacionales y tanto Moscú como Pekín no quieren peleas por objetivos militares estratégicos sino amenazan para buscar la forma de recuperar lo adeudado amparándose en un marco político.
