Sin intenciones de polemizar con otros puntos de vista respecto a la consideración de la clase de religión en las escuelas, quisiera poner a consideración algunas reflexiones sobre el tema. Parece que el peso de la cuestión no está en la discusión “clase de religión sí o clase de religión no”, sino más bien en qué tipo de enseñanza religiosa podría brindarse en los establecimientos educativos y con qué intencionalidad pedagógica. Tenemos que partir que la clase de religión en el marco curricular de una institución educativa no es la de suscitar la fe o adhesión a un credo en particular, como lo hace la catequesis o sus equivalentes en los credos específicos, sino en permitir a los estudiantes comprenderse como sujetos capaces de religión y desarrollar habilidades en torno a la comprensión del fenómeno religioso, sin convertirse en una clase de religiones comparadas o de filosofía de la religión.
Partiendo del supuesto de que la cultura impregna todo el ser humano relacionando los distintos saberes entre sí, podemos plantear que, en su hacer educativo, la escuela y la enseñanza religiosa que en ellas se imparte han de estar atentas a que se pueda dar el diálogo interdisciplinar entre lo cultural y lo religioso en aquellos educandos que viven su dimensión religiosa, según la fe multirreligiosa que sea posible entregar. Por ello es imprescindible profundizar en el concepto de enseñanza religiosa abordando el aspecto de su legitimidad en el ámbito de la escuela, especialmente en lo que se refiere a la escuela pública en una sociedad secularizada. Son muchos los argumentos que se han venido utilizando para razonar este punto: argumentos desde lo jurídico, desde lo sociológico, desde la escuela, desde la cultura, desde la educación. El objetivo es la formación integral y plena del ser humano.
Pero aquí no se trata de defender la legitimidad de la enseñanza religiosa como respuesta a una u otra polémica, sino de subrayar determinados matices del concepto mismo de la enseñanza religiosa escolar La escuela pretende la educación de la persona en todas sus dimensiones, no reduce su función a la mera comunicación de saberes; desarrolla capacidades, educa actitudes, transmite una interpretación de la historia, una manera de entender el presente y una orientación para el futuro. En todo este sentido la escuela, aunque lo pretenda, no puede permanecer neutra. Al plantearse el problema del hombre surgirá, al menos como pregunta, el tema de Dios. No puede estar ausente la respuesta desde lo religioso. Por lo que una formación que descuide la formación religiosa no es completa.
La educación no se entiende sin una propuesta de valores que fundamentan actitudes y comportamientos. La enseñanza religiosa aporta un estilo de vida individual y social que es imprescindible tener en cuenta en la formación de un estudiante.
La formación religiosa, en un respeto total y absoluto de la autonomía de las demás materias, ha de integrar el sentido de vida que estas ofrecen en el sentido último. Por afectar al núcleo esencial de la existencia, a nadie se le puede imponer, sería coacción, pero tampoco se le puede negar el derecho a recibirla, sería usurpación. Por ello debe ser una educación pluralista y multicultural con el fin de conocer todas las experiencias religiosas o al menos las más universales.
La clase de religión podría ser el espacio por excelencia donde se desarrolle un alto porcentaje de las habilidades y actitudes, valores y principios que se requieren para responder a los grandes interrogantes de la existencia del hombre. Una comunidad educativa que busque comprometidamente la formación integral y de calidad debería esforzarse por motivar y entregar a sus estudiantes esta visión.
Gabriel Aravena Rodríguez – Profesor en Filosofía.
