Signo salvífico: El pesebre muestra que detrás de la humildad está la verdadera grandeza.

 

Por Manuel Castillo
Doctor en Filosofía
Profesor e Investigador de la UNSJ

Si entendemos la fe como respuesta podemos descubrir en nuestro interior la capacidad de responder, pero esa capacidad está unida a la libertad, tenemos que tomar una decisión desde nuestra libertad. Dios habla y quiere que vayamos al encuentro de esa palabra. Nuestra decisión es libre y por eso compromete nuestra vida definitivamente. La fe cambia la vida, es como iniciar un camino nuevo que se orienta por la espera confiada en las promesas de Jesús.

La fe es la respuesta personal a la llamada de Dios, pero en esto hay sentido eclesial, en el catecismo de la Iglesia Católica puede leerse la importancia de ese sentido comunitario, “El creyente ha recibido la fe de otro, debe trasmitirla a otro. Nuestro amor a Jesús y a los hombres nos impulsa a hablar a otros de nuestra fe.” (Primera parte, cap. tercero, la respuesta del hombre a Dios, artículo 2s.)

Es fácil comprender esto sabiendo que en los contenidos de la fe se incluyen misterios, y que la realidad infinita de Dios hace que las fórmulas que se refieren a Él tengan también carácter infinito, se interpreta desde la finitud humana de modo que desde la fe se puede avanzar en la interpretación de esos contenidos, sigue habiendo algo que decir, perspectivas para ver desde nuestra finitud lo infinito de Dios. El sentido eclesial está contenido en la primera carta de Pablo a Timoteo, llama a la Iglesia “columna y fundamento de la verdad”, además la verdad de la religión contiene misterio.

La Iglesia tiene un lenguaje que hace más comprensible la fe, nos permite llegar a las realidades divinas que se expresan en palabras, en lenguajes distintos, y nos acostumbra a vivir con lo atractivo del misterio que muestra en sus signos la realidad divina. Navidad es una ocasión propicia para acercarse a los signos salvíficos que nos ayudan a entender el contenido de la fe, la Iglesia es depositaria de signos de salvación, el pesebre muestra que detrás de la humildad está la verdadera grandeza, detrás de la finitud propia de la existencia humana está lo infinito de Dios creador. La realidad humana es finita, pero remite a su creador infinito. Los signos del misterio nos invitan a responder desde la fe a la venida de Cristo. El “Dios que viene” en expresión del Papa Benedito XVI en la homilía de las primeras vísperas del 1er domingo de Adviento 2006, trae una alegría y una esperanza renovada, entiende que “venir” es propio de la naturaleza de Dios, por lo tanto cuando encontramos a Dios, descubrimos que es “el Dios que viene”, hace 2000 años dividió la historia en dos con su aparición en el tiempo humano, pero hoy viene, lo que significa la celebración de la Navidad tiene que ver con eso; la Palabra eterna que era en el principio, vino y viene a buscar al hombre, habitó entre nosotros hace 20 siglos en forma visible humanamente, pero se manifestó como el Dios que viene. Si podemos manifestar esto al que no tiene la fe pero busca al Ser Eterno, hacemos más fácil la búsqueda; a Dios se lo puede ver como viniendo constantemente, busca al hombre, quien tiene un corazón sincero puede encontrarlo; el que ya tiene la fe puede ayudar a ese encuentro, vemos a Dios en su venida, pero la celebración de Navidad es una oportunidad propicia para mostrar ese carácter de Dios, viene, se hace hombre, está entre nosotros.