Las imágenes y noticias que se reciben a diario de Siria son de destrucción, de lógico caos en un país que desde hace seis años sufre los estragos de una guerra que no buscó, pero a la que no le escapa frente a la agresión de elementos externos. Sin embargo existe otra cara, la de aquellos que buscan "normalizar" situaciones que distan de lo normal.
Entre muchos de ellos están los médicos, que cumplen sus tareas para evitar que al drama de la guerra se sumen epidemias y para socorrer a los heridos. Uno de ellos es el argentino Daniel Abbas, quien viajó en varias ocasiones para colaborar y que revela la otra realidad.
"Salvo en las ciudades que cayeron en manos de los terroristas, no hay destrucción edilicia sino destrucción humana, lo que es dramático. Pero estuve en el hospital Militar de Damasco, el Cardiovascular de Tartús y otro que está en Safita y están indemnes, con toda la dotación de médicos y enfermeras y no faltan insumos", relató Abbas, hijo y nieto de sirios y médico especialista en nutrición, en entrevista con Télam.
Su presencia en el país árabe antes y después de la guerra le permite tener un panorama comparativo amplio. Viajó como dirigente social, primero, y como sheikh (equivalente al sacerdote o rabino) después, llevando medicamentos, insumos y dinero producto de colectas realizadas a nivel nacional.
Según informó la Organización Mundial de la Salud (OMS), en las ciudades donde se combate o donde el Estado Islámico (EI) domina el terreno, dos tercios de los médicos huyeron y los hospitales carecen de agua limpia, de medicamentos, electricidad, suministros y vacunas, entre otras cosas.
Abbas sabe de esas noticias, pero destaca la otra cara del conflicto.
"Eso forma parte de la destrucción edilicia y del impedimento para ingresar a esos lugares, pero a la vez en el resto del país los sirios siguieron con sus campañas de vacunación antipoliomielítica y del tratamiento y la prevención del cólera", explicó.
Pese a su vasta experiencia, este médico de 59 años de edad no oculta su impresión por la cantidad de heridos, de gente sin brazos o sin piernas, en coma, ciegos y quemados de todas las edades y sexo.
En las ciudades donde se combate o donde el Estado Islámico (EI) domina el terreno, dos tercios de los médicos huyeron y los hospitales carecen de agua limpia, de medicamentos, electricidad, suministros y vacunas, entre otras cosas.
Afirma que todo se maneja "por oleadas" y que cuando suceden los ataques aparecen masivamente las ambulancias con los muertos y heridos, entran a las aldeas y la gente ya sabe lo que está pasando.
"Hay un hecho que es pintoresco desde lo humano y dramático desde lo social: cuando escucha una ambulancia, la gente de la aldea ya sabe que están trayendo el cuerpo de un mártir y se empiezan a oír de inmediato tiros en toda esa aldea. Es tan impresionante que se te pone la piel de gallina", confesó.
"Después -agregó- la gente sale a tirar flores al paso de la ambulancia por el que dio la vida por el país. Y las fotos de las chicas y los muchachos muertos no las esconden, las colocan en la puerta de sus casas porque es un orgullo".
Abbas explica también otra de las estrategias para que la guerra afecte lo mínimo posible a la población, y en ese sentido destaca el trabajo solidario que hacen los médicos y profesionales de la salud, formando grupos con las enfermeras para visitar a los chicos y jóvenes en las aldeas.
De todos modos, asegura que el problema no es en las aldeas, porque están los cultivos y el arraigo a la tierra. El tema es en las ciudades, donde falta el Estado sirio y dominan los yihadistas, que distribuyen los alimentos y la ayuda humanitaria de la que se apropian en forma arbitraria, entre quienes ellos entienden que se lo merecen.
Y en esas zonas, como en la norteña provincia de Alepo, la central de Homs y hasta hace poco la ciudad central de Palmira, por ejemplo, sí se ve plenamente el rostro de la miseria que siembra la guerra, con una situación sanitaria que Abbas califica como "muy deteriorada".
"Los terroristas tienen acceso a lo que es la urgencia, desde la sangre hasta las operaciones cuando son heridos, por lo que la población vive como ratas, guardados en los sótanos, metidos en los departamentos con sus ventanas destrozadas. Padeciendo frío y con hambre, ya que le dan lo mínimo cuando quieren y encima cobrándoles. Es decir que comen cuando tienen plata para pagarles", relata.
En los lugares que aún controla territorialmente, la milicia fundamentalista del EI impone una supuesta ley islámica sólo reconocida por ellos, donde el respeto por la vida no existe y donde matan tanto por tener otra creencia religiosa como por ser musulmán pero no adherir a sus prácticas.
Son wahabistas, una corriente declarada "antiislámica" por los estudiosos de la sunnita Universidad Al-Azhar, de Egipto, una de las máximas autoridades mundiales en cuestiones de fe musulmana.
"Y si no tienen respeto por la vida, no puede haber respeto hacia un médico que precisamente trata de salvar a otro ser humano. Es más, tampoco le permiten a un médico hombre atender a una mujer -cuando eso siempre existió en Siria- porque entienden que no corresponde".
Asegura que el gobierno sirio ya comenzó con la reconstrucción, pero a nivel global creen que van a tardar 10 años en poner al país en la primera línea, como estaba antes, situación que parece increíble si se tiene en cuenta que en los años ’90 Siria era un ejemplo y estaba a la vanguardia en cuestiones médicas y sanitarias.
Abbas es consciente del drama que se vive en esas regiones y no lo niega, pero prefiere a modo de cierre relatar una experiencia personal que aún hoy lo conmueve.
"Fui a un hospital a visitar a un muchacho de nombre Bashar que perdió las dos piernas. Cuando le pregunté qué quería, no dudó: quiero mis piernas ortopédicas para volver a pelear. Ellos aman su país, Siria es un sentimiento muy profundo", recordó, revelando la otra cara de la guerra.
Télam