Historias de la Difunta Correa hay miles. De milagros, de apariciones, de camioneros, de miedo, de felicidad. Pero hay una que es única.
-"Hola, sí, soy yo, la que se llama Difunta".
"Pato" atiende el teléfono y habla desde su casa en el partido bonaerense de Lomas de Zamora, a poco más de mil kilómetros de San Juan. Se la nota simpática, de esas personas que tienen un gran sentido del humor. O por lo menos eso transmite en la extensa charla, que tiene como eje su peculiar nombre.
-"Busqué en la guía telefónica, busqué en Facebook, busqué en todos lados y no encontré a nadie ni de Argentina ni del mundo que tenga ese nombre, solamente en los cementerios está".
Este cronista también se tomó el trabajo de rastrear en Google y en todas las redes habidas y por haber. Consultas a familiares, amigos, vecinos, colegas. Y nada. Nadie conoce a una Difunta viva.
La única es ella, María Feliciana Difunta Orellana (43), nacida el 15 de noviembre de 1976 en el partido de Villarino, en Buenos Aires. Para sus conocidos simplemente es "Pato". Cuenta que tiene 6 hijos (cuatro mayores de edad y dos menores), que hace diez años se separó y que es una trabajadora común y corriente que se gana la vida como albañil.
Y también cuenta que es la primera vez que se anima a hablar públicamente del tercer nombre que figura en su DNI, que a contrapelo de su apacible existencia, no tiene nada de común y corriente. Basta con decir que no aparece ni en el registro de nombres de la página oficial del Gobierno (nombres.historias.datos.gob.ar.).
Muchos dirán que es sólo un nombre, y tienen razón. No la convierte en nada. No ganó ningún premio, no es una criatura extraña, ni realizó ninguna hazaña. Tampoco la hace mejor o peor persona. Simplemente le tocó.
Pero ella confiesa que su vida no hubiese sido la misma. Que muchas veces la trataron de estúpida. Que le tocó vivir situaciones increíbles, como cuando no le querían entregar a su bebé en el hospital… ¿cómo va a parir una Difunta?
Ahora bien, es necesario aclarar que a nadie se le ocurrió llamarla de esa manera. Ni a su padre, el chaqueño Bartolomé Orellana. Ni a su madre, la santiagueña Feliciana Soria.
Todo fue por un error cuando la inscribieron en el Registro Civil de Mayor Buratovich, un pueblito perteneciente a Villarino, próximo a Bahía Blanca.
"Pato" comenta que los dos primeros nombres estuvieron bien asentados. María, porque a su padre le encantaba la cantante misionera María Ofelia. Y Feliciana, heredado de la madre al igual que sus hermanas.
El otro, el tercero, no fue intención de Bartolomé, el encargado de ir a anotarla.
Es aquí cuando entra en juego la devoción que el hombre tenía por Deolinda Correa. Don Bartolomé era un hombre de la calle. "Era un trotamundos, un mochilero, ponele como quieras. Tenía un bolso y con eso iba para todos lados", explica su hija. El señor viajaba a dedo, en colectivo o en lo que fuere hacia varios puntos del país. Era una especie de trabajador golondrina, porque solía llegar a las provincias en las temporadas de trabajo en el campo. A Chaco iba a cultivar algodón. A Tucumán limones. Y en una de esas se vino para San Juan, donde además de cosechar uvas, conoció el paraje Vallecito y se enamoró de la Difunta Correa, de su historia, de su pueblo y de su protección.
"Se hizo muy devoto de ella. Según él, lo acompañaba en el camino a todos los lugares que iba", dice su hija, que además cree que fue concebida ahí mismo, en Caucete.
Esa veneración de Don Bartolomé lo llevó a querer plasmar su amor por ella en el nombre de una de sus hijas. Como una especie de regalo para Deolinda. Y la elegida fue "Pato", la cuarta de 6 hermanos. Nada fuera de lo común, Deolindas hay por todos lados. Pero algo pasó en el Registro Civil.
-"Parece que no lo entendieron. Mi padre era analfabeto e intentó explicarles el nombre que me quería poner, pero evidentemente no lo supieron entender. Y en lugar de ponerme Deolinda me terminaron anotando Difunta. Mi padre era un analfabeto pero el del Registro Civil directamente un ignorante. Nunca me pudo haber registrado de esa manera. Hay nombres ridículos, pero a este extremo nunca vi ni escuché nunca nada".
En esa frase se descarga. Es el primer momento de la charla en el que se muestra irritada, molesta. Como si tuviera del otro lado del teléfono al mismísimo empleado que la registró. Habla con bronca, con la misma sensación que experimentó cuando se enteró del desliz, a sus 12 años.
Hoy, con 43, todavía recuerda la charla que tuvo con su madre, en su casa, cuando descubrió que había algo extraño en su tercer nombre. En ese entonces su padre ya había fallecido y para un trámite de la escuela tenía que llevar una fotocopia del DNI. No se puede sacar de la cabeza el diálogo con Feliciana, un tanto subido de tono, con el documento en la mano y los ojos bien abiertos, sobresalidos como dos pelotas.
-"Mamá, ¿yo me llamó así?"
-"Si hija, Deolinda"
-"Acá dice Difunta"
-"No, ¿cómo te van a poner así?"
-"Mamá, acá dice Difunta"
Feliciana, al igual que su esposo, no sabía leer ni escribir. Por eso nunca se dieron cuenta del error. Es más, Bartolomé falleció sin saber que su hija se llamaba Difunta.
"En ese momento era muy chica, pero me produjo mucho enojo. Yo nunca había visto mi DNI, mis padres eran muy reservados. Me acuerdo que le decía a mi mamá que por qué habiendo tantos nombres me habían puesto así. Ella me respondió que pensaba que me habían puesto Deolinda, que ellos no sabían que me habían registrado así", rememora.
Con 12 años, a "Pato" en realidad lo que le molestaba era que el nombre era "feo". En ese momento no se imaginaba que en unos años más iba a tener inconvenientes mucho más severos, por ejemplo a la hora de tener que hacer trámites.
Pisar un edificio donde sabía que iban a solicitar su DNI era siempre un sufrimiento, era pensar en que podía tener problemas. "Siempre he tenido inconvenientes, para renovar el documento, para ir al banco, para todo. Yo entregaba el DNI y me decían: ‘Pero acá figura Difunta‘. Y yo tenía que explicarles que era mi nombre. Les decía: ‘¿Pero no estás viendo que estoy acá? ¿Creés que soy estúpida?‘ Varias veces me tocó que se pasaban el documento de mano en mano viendo qué iban a hacer porque pensaban que era el DNI de una muerta. En esos momentos la pasé realmente mal", recuerda.
Fue una triste etapa. Pero sin dudas el momento más dramático fue cuando dio a luz a su quinto hijo, hoy de 17 años.
-"No me lo querían entregar porque decían que Difunta no era un nombre y no lo habían registrado en el certificado de nacimiento. Tuvo que intervenir otro obstetra al que citaron como testigo para que testificara que sí había tenido a la criatura y que Difunta era mi nombre. Sí, así como lo escuchás".
A modo de prueba, le tomó una foto del certificado de nacimiento del nene, donde se aprecia que su tercer nombre fue agregado luego con otra letra y tinta. El que hizo eso fue el obstetra que citaron como testigo. En medio de toda esa calamidad, la mujer nada más y nada menos esperaba que le entregaran a su bebé.
Pero todo eso ya es pasado o al menos eso demuestra "Pato" cuando habla. Detalla lo más dramático y en el medio tira una broma. No tiene problema.
Ella dice que el 2018 fue clave, una bisagra, un antes y un después. Fue un click, un alivio. Fue conocer de cerca la historia de la mujer que inspiró a su padre.
Después de un largo viaje en colectivo, en noviembre de ese año pisó por primera vez el santuario de la Difunta Correa y pudo cumplir la promesa que Bartolomé se llevó a la tumba: le había jurado que la iba a llevar a visitar a Deolinda, pero los problemas en el hígado complicaron su salud y falleció a los 41 años sin poder hacerlo.
Entonces "Pato" prometió que iría y le dejaría en el altar una foto de ella con su padre.
Esa fotografía se supone que debe estar todavía allí. "Lloré desde que llegué hasta que me fui. Fue muy emocionante y a la vez muy hermoso e inolvidable", expresa, emocionada.
Fue tan así que confiesa que su tercer nombre ya no le pesa.