Desde hace ya tiempo, el panorama internacional expone sociedades con cierta volubilidad respecto a propensiones y preferencias. Esto no es necesariamente malo ni bueno, en tanto que tal hecho suele expresar el dinamismo social actual, a veces vertiginoso. Ante una disparidad tan tornadiza, llega a resultar arduo el detectar tendencias, menos aún predecirlas. Por ello, cuando se va haciendo nítida una dirección general, debe ser escrutada y descifrada como clave decisiva de la época. En el escalón de la historia en que nos encontramos, se ha logrado apuntalar la idea de la democracia como sistema superior de convivencia, en combinación categórica con los procedimientos republicanos.

Se confirma esto cuando los países que no se rigen por democracias republicanas, simulan tenerla mediante torrentes verbales o sobreactuadas poses. Pese a la positiva imagen de la democracia, se está evidenciando una cierta disposición de indiferencia por parte de los ciudadanos a emitir su voto. Se verifica esto tanto en ámbitos extranjeros como en el nacional. Elección tras elección va decayendo la cantidad de votantes que asiste a cumplir con su deber cívico. Y esto debe ser subrayado, toda vez que el voto es obligatorio de acuerdo a la normativa argentina.

Cuando en 2001 una crisis general de resonancia sacudía a la Argentina, con la clase política desacreditada, el 75,47% de los ciudadanos concurrió a emitir su voto. Dos décadas después, en las legislativas de 2021, con sociedad y política aparentemente reconciliadas, asistió a sufragar 71,39%, piso histórico. En el no concluido proceso eleccionario 2023 se corrobora el paulatino descenso en la participación. San Juan reproduce la tendencia: en las elecciones de 2019 la participación fue del 75,73%, en las últimas del 73,15%.

No se ha caído en ilegitimidad alguna, las mayorías determinan aún los resultados, pero la tendencia debería preocupar. Porque la realidad es mucho más grave que la expresada en cifras comiciales. La legislación electoral no prevé contabilizar votos en blanco ni nulos, sino sólo los "válidos", es decir, aquellos emitidos a favor de algún candidato. Un dato alarmante es que el voto en blanco en ocasiones ha superado a partidos en disputa. Es el caso de Tierra del Fuego, donde el voto en blanco resultó "segundo" en el distrito, casi duplicando a la "tercera" fuerza política. A esto, evidentemente, el sistema no lo registra de modo tal.

Se pueden ensayar hipótesis en torno a las causas del inquietante declive en la emisión del voto. Podría ser la molestia que genera el desdoblamiento de comicios, o la erosión ineludible de la situación económica, o las posibles crisis de representación, o el reemplazo de la confrontación de ideas por el vacuo replique autocomplaciente. Pero el camino debe ser volver a captar el interés, no coaccionar. Lo cierto es que en una democracia el voto ciudadano no es un dato secundario, es el fundamento del sistema en sí, lo que le confiere legitimidad.