31 de octubre, Halloween. La fecha no pasa desapercibida y no son pocos que la miran de reojo. Seguramente fue una de las razones por lo que los empleados del Departamento de Hidráulica se inquietaron cuando este martes a la mañana se toparon que en el ingreso había unos prismas de hielo con colorante rojo derritiéndose bajo el Sol.
Lejos estaba de tratarse de una "brujería" o "gualicho". Detrás de la al menos llamativa puesta en escena había un "mensaje oculto". Es que cerca de los hielos se hallaron unos papeles con un código QR que al escanearlo develaba el motivo de esta protesta que tiene forma de intervención artística.
Y ahí se conoció el reclamo: un nuevo Código de Aguas. Hay una firma, que sería a modo simbólico, de un tal Horacio Hurtado Ocampo.
El documento se llama "DEMOCRACIA ES TAMBIÉN UN NUEVO CÓDIGO DE AGUAS". Y reza en algunos de sus párrafos, "somos quienes fuimos endoculturados bajo la narrativa que afirmó que nuestro suelo era un desierto hostil sobre el cual la ciencia y la técnica impusieron un oasis. Pero hemos interrogado las grietas de nuestra tierra reseca, hemos desecho sobre nuestras manos, los cascotes de barro salitrado y nos han revelado una verdad: Primero se hizo el desierto, para luego imponer sobre el mismo un oasis. La cuenca del río San Juan es testigo del desecamiento antrópico de su humedal más importante. Guanacache es una herida abierta en la historia local. Hoy resulta inverosímil comprender cómo fue que el humedal de mayor magnitud se haya convertido en uno de los desiertos más hostiles de la tierra".
Luego ya explica la simpología de lo que quisieron representar, "estos prismas de hielo se derriten al sol como se derrite la escasa nieve precipitada este año. Pretenden comprobar que el recurso hídrico es finito. Son rojos porque conjugan vino y sangre, los dos elementos resultado del progreso. El vino, de las grandes élites industriales cuyanas compuestas de migrantes principalmente italianos y españoles y la sangre de los huarpes laguneros, de los caudillos y montoneros gauchos, que con la lanza y el cuchillo defendieron su territorio entregando la vida".
Ensaya también a la forma más antigua pero poco eficiente de regar que todavía tienen muchas fincas, "las grietas de la reseca tierra gritan que el manejo hídrico de San Juan no es muy diferente al del siglo XVIII. Se riega con un sistema ineficiente, el reparto es mucho más político que ecológico y una triada de hombres del Departamento de Hidráulica son los verdaderos administradores del recurso más preciado de estas latitudes. Apoyados en un Código de Aguas vetusto y sancionado por un gobierno de facto, prohíben expresamente repartir el agua con criterios que consideren las diferencias entre los distintos cultivos, así como cristalizan la relación entre acceso al agua de riego y propiedad privada de la tierra. Ellos mismos perjudican a otros cientos de productores, que resultan excluidos de las lógicas de poder de un cronograma de riego pensado en forma excluyente para un sector".
Y cierra, "San Juan necesita con urgencia un nuevo Código de Aguas que esté dispuesto a tocar los intereses de los sectores que históricamente detentan el control de los recursos hídricos. De lo contrario nos sometemos a una ecuación que no cierra, en la que el agua se termina. Porque creemos en la posibilidad de romper la negación psicótica que promulga “no mirar los diques” (que evidencian que el agua que se gasta es mayor que la que se acumula), la misma negación que nos ha llevado a poner las presas en riesgo, generando un posible perjuicio a todos los habitantes de la cuenca del río San Juan, por la presión de un grupo minoritario cegado en su lucha por conservar posiciones feudales de poder". Y agrega, "instamos al nuevo Gobierno provincial a partir del 10 de diciembre a construir un espacio democrático que sea capaz de iniciar una discusión para la construcción de un nuevo código de aguas, donde el protagonismo lo tenga toda la sociedad y ningún grupo se crea con derecho a apropiarse de un bien común como el agua".
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