El destino de la inteligencia artificial todavía está en manos de la humanidad. Se sabe poco sobre ella, salvo que es extremadamente poderosa y peligrosa.

 

En 2022, más de 700 altos académicos e investigadores que están detrás de las empresas líderes en inteligencia artificial (IA) respondieron a una encuesta sobre los futuros riesgos que esta plantea. La mitad de los entrevistados dijo que había un 10% o más de probabilidades de que los humanos se extinguieran -o de que sufran un desempoderamiento terminal y permanente- a causa de los sistemas de IA del futuro. O sea que las empresas tecnológicas que están desarrollando "modelos de lenguaje grande" (MLG), están embarcadas en una carrera para subir a toda la humanidad a ese avión.

Ninguna empresa farmacéutica puede comercializar nuevos medicamentos sin antes someter sus productos a rigurosos controles de seguridad. Los laboratorios de biotecnología no pueden liberar nuevos virus a la esfera pública para impresionar a sus accionistas por su inventiva. En ese misma línea, los sistemas IA que tienen una potencia como la de GPT-4 -el MLG creado por OpenAI- no deberían introducirse en las vidas de miles de millones de personas a mayor velocidad de la que las sociedades pueden absorber sin desestabilizarse.

La carrera para quedarse con el dominio del mercado no debe marcar la velocidad de implementación de la tecnología más importante que tienen actualmente de la humanidad. Debemos avanzar a un ritmo que nos permita hacerlo bien.

El espectro de la IA persigue a la humanidad desde mediados del siglo XX, pero hasta hace poco seguía siendo una perspectiva lejana, algo más propio de la ciencia ficción que de los debates científicos y políticos serios.

GENERAR Y MANIPULAR EL LENGUAJE

A la mente humana le cuesta comprender las nuevas capacidades de GPT-4 y otras herramientas similares, y más todavía asimilar la velocidad exponencial con la que estas herramientas acrecientan sus propias habilidades. Pero la mayoría de las habilidades clave se reducen a una sola: la capacidad de generar y manipular lenguaje, ya sean palabras, sonidos o imágenes.

En el principio era la palabra. El lenguaje es el sistema operativo de la cultura humana. Del lenguaje nacen el mito y la ley, los dioses y el dinero, el arte y la ciencia, las amistades y las alianzas, las naciones y el código informático. O sea que ahora que domina los modelos de lenguaje, la IA tiene la capacidad de hackear y manipular el sistema operativo de la civilización.

La IA podría devorar rápidamente toda la cultura humana -todo lo que hemos producido durante miles de años-, digerirla, y empezar a escupir un diluvio de nuevos artefactos culturales. No sólo ensayos académicos, sino también discursos políticos, manifiestos ideológicos, o libros sagrados para nuevos cultos. De hecho, es posible que la carrera presidencial de 2028 en Estados Unidos ya no sea dirigida por humanos.

EL SER HUMANO Y EL PRISMA CULTURAL

Por lo general, los humanos no tenemos acceso directo a la realidad: estamos envueltos por la cultura y experimentamos la realidad a través de un prisma cultural. Nuestras opiniones políticas se moldean al calor de los informes periodísticos y las charlas con los amigos. Nuestras preferencias sexuales se ven modificadas por el arte y la religión. Hasta ahora, ese capullo cultural fue tejido laboriosamente por otros humanos a través de los siglos. ¿Cómo será percibir la realidad a través de un prisma producido por una inteligencia no humana?

Contactos

El primer contacto entre la IA y la humanidad fueron las redes sociales, y la humanidad perdió. Pero ese primer contacto al menos nos ha dejado el sabor amargo de lo que nos espera. En las redes sociales, la primitiva IA no se usaba para generar contenidos, sino para seleccionar contenidos generados por los usuarios. 

Por primitiva que fuese, la IA que está detrás de las redes sociales alcanzó para crear una cortina de ilusiones que fogoneó la polarización social, dinamitó nuestra salud mental y dejó a la democracia hecha jirones. Millones de personas confunden esas ilusiones con la realidad. 

Dependencias

El momento de discutir el futuro de la IA es antes de que nuestra política, nuestra economía y nuestra vida cotidiana terminen dependiendo enteramente de ella. La democracia es una conversación que se basa en el lenguaje, y cuando el lenguaje mismo es hackeado, la conversación se interrumpe y la democracia se vuelve insostenible. Si esperamos a que el caos se produzca, será demasiado tarde para solucionarlo.

El destino de la inteligencia artificial todavía está en nuestras manos. Sabemos poco sobre ella, salvo que es extremadamente poderosa. Pero también sabemos que podría hackear los cimientos de nuestra civilización. Hacemos un llamado a los líderes mundiales para que estén a la altura del desafío que presenta la hora actual. El primer paso es ganar tiempo para actualizar nuestras instituciones decimonónicas y aprender a dominar la IA antes de que ella nos domine.

 

* Inteligencia artificial, presente en el Congreso de la Lengua

En el marco del IX Congreso Internacional de la Lengua Española que se lleva a cabo en la ciudad andaluza de Cádiz y donde escritores, académicos, periodistas, profesores y científicos debaten a lo largo de siete días sobre temas diversos, se planteó la necesidad de incluir al español en la carrera de la inteligencia artificial con el argumento de que las herramientas que facilita esta tecnología "no pueden hablar sólo inglés". Uno de los paneles del Congreso estuvo dedicado a analizar el futuro del español ligado a los avances de la inteligencia artificial. Bajo el título "Unidad y diversidad del español. La tradición y el reto de la inteligencia artificial", investigadores expusieron avances logrados dentro del proyecto "Lengua Española e Inteligencia Artificial" (LEIA) que persigue "cuidar el uso de un correcto español en los medios tecnológicos" para "evitar que se pierda la unidad que permite que más de 585 millones de personas puedan comunicarse en nuestra lengua sin dificultades", según detalla la RAE en su página oficial.

 

Por Yuval Harari, Tristan Harris y Aza Raskin

The New York Times