"Y un día llamaron a mi puerta". Frase usada recurrentemente, cuando se quiere significar la llegada, tan temida, de algún ser fantasmagórico que llama la puerta de otros, y nunca creímos tocaría la nuestra. Ahora que estamos comprobando que el virus lo tenemos aquí, rondando artero, quién sabe dónde, pero cerca, me ganó esa impresión. Acaso la que tuvieron los propietarios de los terrenos a los que vieron usurpados imprevistamente. Un día amaneció, y ya estaban allí. Seres extraños, anónimos, que no tienen nada que ver, pero que ahí están. Esta impresión, la de sentirnos invadidos por lo desconcertante, estuvo reflejada magistralmente en el famoso cuento de Julio Cortázar "Casa tomada", considerado entre los diez mejores cuentos de la literatura americana. En ella, Cortázar mezcla admirablemente la realidad con la fantasía, que distorsiona todo aquello que conocemos.

"Casa tomada", representa la invasión de extraños sobre nuestras pertenencias, libertad, derechos, que nos avasallan, si es que no los enfrentamos con valentía y soluciones adecuadas. 

El narrador, y su hermana Irene, viven en una casa heredada de sus padres. La casa es su propio refugio donde, ya adultos, se sienten protegidos de las amenazas del mundo exterior. Esta obra ha sido vastamente analizada, y "la casa" ha sido considerada por algunos, como el vientre materno, donde los hijos se sienten seguros. El protagonista y narrador es un personaje de 40 años, limpio, cuidadoso y amante de la literatura francesa. Su hermana, Irene, es una bella mujer, que ha descartado la posibilidad del amor y que convive con su hermano en una especie de matrimonio, en una convivencia que no es de hermanos. Cierto día, los hermanos creen escuchar murmullos que vienen desde las habitaciones posteriores. Los asusta el no saber quiénes los pronuncian. Sillas que se mueven, pisadas. Los hermanos empiezan a desprenderse de los muebles, para evitar oír sus desplazamientos, pero otros objetos empiezan a emitir sonidos sospechosos. Cada vez, los desconocidos avanzan más desde los fondos hacia el frente. Y los hermanos van corriéndose a la salida. Al decir de los analistas, estos murmullos no son otra cosa que fantasmas del pasado de ambos, y que vuelven sin que ellos puedan solucionar su presencia. Para el escritor Juan José Sebrelli, los dueños de casa representan la clase burguesa, que en sus tiempos, y por cuestiones políticas, termina perdiendo su estatus, van cediendo su espacio y terminan por ser expulsados de su hogar. En el cuento, finalmente, los hermanos se resignan a los desconocidos y deciden abandonar la casa. La llave es arrojada por el protagonista en una alcantarilla. En fin, el cuento de Cortázar, vuelve a nosotros con renovada actualidad, cada vez que nos asolan los fantasmas de lo desconocido, con su carga enigmática de anarquía, incertidumbre e indefensión.

 

Por Orlando Navarro
Periodista