Hoy es día de silencio en la Iglesia que como Esposa espera con serenidad el anuncio de Resurrección del Esposo. En esta jornada de Sábado Santo, somos invitados a contemplar a la Madre Dolorosa. Propongo hacerlo mirando con estupor, a través de los ojos de la fe, la maravillosa escultura de Miguel Ángel: “La Pietà”, una obra maestra realizada por el célebre escultor florentino entre 1498 y 1499. Una Virgen joven, bella y piadosa, cuyas vestiduras se expanden en numerosos pliegues, sostiene al Hijo muerto y que, intencionadamente, aparenta mayor edad que la Madre. Impresiona que la Virgen sea más joven que Jesús, pero es una muestra del idealismo renacentista que busca representar el ideal de belleza y juventud. Cuando Miguel Ángel fue interrogado sobre el motivo, respondió: “Las personas enamoradas de Dios nunca envejecen”. Añadiríamos que incluso el rostro demuestra la tersura de un alma virgen como en esta escultura.

 

“La Pietà”, maravillosa obra de Miguel Ángel.

 

 

El artista tenía tan sólo 24 años cuando la esculpió. La obra fue encargada por el cardenal Jean Bilhères de Villiers, benedictino embajador del monarca francés ante la Santa Sede, al que el autor conoció en Roma. Miguel Ángel le prometió realizar “la más bella obra en mármol que habría por siempre en Roma”. Cuando fue finalizada y entregada, algunos pusieron en duda que hubiera sido Miguel Ángel el verdadero autor de la misma, dudando de él por su juventud y creyendo que el creador había sido Gobbo di Milano. Al enterarse, Buonarotti, en un arranque de furia, grabó a cincel su nombre en la escultura, siendo la única obra firmada del artista. Lo que aquí se contempla es el dolor de una madre que tiene sobre sus rodillas a un hijo asesinado, recién bajado de la cruz. La mujer está sentada y no desesperada. Su figura es fuerte, con un profundo sentido de paz. Su vestido es largo: no se le pueden ver los pies. Es amplio, como expresión del amor maternal que busca custodiar y proteger. En el seno de la madre hay un hombre que yace sin vida. Ese seno que le dio acogida el día de la Anunciación, lo recibe ahora en este estado luego de la Crucifixión.

Su seno es como un altar donde se ofrece el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. En las manos y en los pies del Hijo se revelan las marcas de los clavos. No han desaparecido, porque son el sello de que su martirio no fue apariencia y que su amor no fue en vano. El sufrimiento de Cristo no se puede apreciar en el rostro, que casi se oculta a la mirada de quien observa. Ambos tienen los ojos cerrados, en una atmósfera de misterio. Es que hoy, sábado santo, todo es silencio de adoración ante ese signo de pregunta que se llama “Cruz”. Ella está afligida, pero al mismo tiempo serena. El especialista en arte, Hans Biedermann, afirma que la parte que más aparece con frecuencia en la simbólica es la mano, y según el arte renacentista, ésta indica fuerza, inocencia y concordia. La mano derecha de la madre es la que sostiene el cuerpo, como queriendo dar fuerza, acariciar ese cuerpo inocente, y proteger ese corazón que buscó sólo crear lazos de fraternidad. Por eso los dedos de esa diestra están abiertos como queriendo abarcar lo que casi no se puede contener. La mano izquierda de la Virgen se dirige hacia arriba, como interrogando al Padre el significado de este sufrimiento, rogando sostén, pero aceptando al mismo tiempo la voluntad divina, traducida en dureza de prueba. El pie derecho de Jesús toca la tierra, para indicar su humanidad y su relación con el más allá. Los pies de María están ocultos, pero los dos tocan el suelo para demostrar que ella no es Dios, sino hija de la tierra en la que se vive el drama del dolor. Los ojos son símbolos de expresión espiritual y están siempre en relación con la luz. La Virgen y Jesús los tienen cerrados, para indicar que sólo mirando hacia dentro se puede llegar a iluminar y comprender lo acontecido fuera. Jesús está prácticamente desnudo en las rodillas de la Madre, para enseñarnos que la mortaja no tiene bolsillos y que la esencia del camino de la vida no es la de poseer cosas sino encontrar personas.