Con la moderación del consumo, la minimización del derroche y la reutilización o reciclaje se logrará un mundo mejor.

 

Hace tiempo que nuestra madre Tierra nos pide, entre lágrimas y sollozos, otro semblante más respetuoso con su abecedario existencial y lo que encuentra es indiferencia. Olvidamos que nosotros mismos formamos parte de ese aliento que nos restaura, de esa agua que nos vivifica y de ese sol que nos renace; pero somos tan crueles y torpes, que lo único que nos pone en camino es el interés propio, el endemoniado don dinero, o el diabólico proceder de destruir hasta nuestro distintivo hábitat, que es el que nos sustenta y embellece. La ineptitud por proteger es tan manifiesta que, sobre el planeta, no hay nada más que dolores e hipócritas alegrías. Se disimulan las mil penas que nos circundan. Ahí están los fanáticos cambios provocados por el hombre en la naturaleza, la multitud de quebrantamientos que perturban la biodiversidad, el capricho interesado por la alteración contra natura en el uso del suelo, la invasión más creciente del comercio ilegal de vida silvestre, la persistente deforestación que nos lleva hacia un astro sin bosques; y, por si fuera poco, ahora nos enfrentamos a Covid-19, una pandemia sanitaria mundial con una fuerte relación con la salud de nuestro entorno. Sin duda, todas estas praxis injustificadas e ilícitas, en un mundo global como el presente, pueden aumentar el contacto y la transmisión de enfermedades infecciosas de bestias a mortales. Así, y de acuerdo con el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente, emerge una nueva dolencia en las personas cada cuatro meses; de estas, el 75% provienen de bichos, lo que muestra las estrechas relaciones entre la salud humana, animal y ambiental.

En ese abecedario viviente, en el que todos estamos inmersos, no podemos permanecer pasivos. Todos formamos parte de esa armónica creación, que merece cuidado y consideración. No podemos hacer del mundo un mercado de poderes al servicio de unos pocos privilegiados. Urge promover nuevos estilos de vivir. Precisamente, lo que está pasando ahora, con la pandemia del Coronavirus Covid-19, tiene que hacernos modificar actitudes. Por lo pronto, encaramos una crisis sin parangón y para superarla el mundo debe unirse.

Todavía no hemos logrado moderar el consumo, minimizar el derroche, reutilizar y reciclar productos. Realmente no pasamos de los buenos propósitos. Nos faltan reacciones contundentes con aquellos que no se inclinan ante el innato vocablo de la vida. Pongamos por caso, la continua merma de selvas, lo que conlleva también la pérdida de especies que podrían significar en el futuro recursos vitales, ya no sólo para la alimentación, sino también para la curación de males. Lo estamos sufriendo con la pandemia actual, debiéramos invertir mucho más en investigación, al menos para entender mejor el comportamiento de los ecosistemas, pues todo está interconectado, y no podemos continuar degradándonos como naturaleza viva.

Nuestra madre Tierra ya no puede soportar más el deterioro ambiental, tanto humano como natural.

Naturalmente, el mejor modo para poder cambiar de rumbo, pasa por asentar el orden y la ejemplaridad en nuestras gestas.

En cualquier caso, la esperanza no la perdamos jamás; lo común del hogar como linaje es que tomemos los ojos del amor para movernos. Evidentemente, es la mejor sabiduría para protegernos y amparar lo que se nos ha legado.