
"La primera virtud es frenar la lengua, y es casi un Dios quien teniendo razón sabe callarse". La frase pertenece a Marco Porcio Catón, político, militar y escritor romano, conocido como Catón el Mayor (234 a.C- 149 a.C.) De vez en cuando vuelvo a releerla y según la ocasión suelo detenerme a reflexionar en la primera o segunda afirmación. Lo cierto es que siempre me ha llamado la atención, la facilidad e impunidad moral con la que desacreditamos a los demás. Hay muchas formas de mancillar la honorabilidad ajena. Una de las más comunes y de la que menos reparamos es la murmuración. Y murmurar tiene una doble malicia: la desacreditación y la cobardía. Porque murmurar es difundir defectos del prójimo en su ausencia. En definitiva, deshonrar es una vileza que tiene sus consecuencias. Una vez echada a rodar la calumnia, es difícil restituir la fama manchada. Como cuando derramamos un cubo de agua, nunca se recoge de nuevo toda el agua.
Trabajando la virtud
La virtud es, básicamente, una disposición habitual para hacer el bien. Virtud y bien están íntimamente vinculados. El puente moral que los une es el hábito. Y ello supone repetición, trabajo y adiestramiento. Las virtudes humanas se ejercitan, se adiestran. "Se aprende a nadar, nadando", dice un conocido refrán. No es tarea fácil ser virtuoso. En primer lugar, porque la virtud es sinónimo de equilibrio, de punto medio entre dos extremos ambos malos: uno por exceso y otro por defecto. Podemos verlo claramente en un ejemplo. La Fortaleza es la disposición habitual a superar obstáculos que bloquean nuestra voluntad para obrar lo correcto. La pusilanimidad es una actitud contraria a la fortaleza en cuanto nos convence de hacer lo mínimo en todo lo bueno. Pero en el opuesto extremo, el exceso, encontramos la temeridad que, basada en la presunción, confía irracionalmente en las propias fuerzas. La fortaleza queda atrapada entre el miedo y la soberbia, respectivamente.
El bien es un camino empinado
Decíamos que no es tarea fácil ser virtuoso. El bien es lento porque va cuesta arriba y nos conduce a las altas cumbres donde el aire es más puro. En ese sentido, el mal es más rápido porque viaja cuesta abajo y nos arrastra en su rodada.
"Frenar la lengua a tiempo", es signo de madurez moral, de prudencia y caridad. Claro que, en ambientes proclives a la denostación del otro, el sumarse a la murmuración suele ser fácil. Pero las almas nobles y virtuosas se templan en la resistencia al mal. "Saber callarse" para evitar injuriar o avergonzar a otros, no es señal de cobardía sino de fortaleza y dominio de sí. La malicia de la murmuración queda en evidencia por la ausencia de la persona denigrada, como por el regodeo o deleite que nos causa haber echado a rodar el agravio.
Los tres filtros
¿Cómo evitar sumarse a la murmuración? Hay una fábula que propone con gran sabiduría, la prueba de los tres filtros. Alguien se acerca a un sabio para hacerle un comentario sobre un amigo. Antes de que se lo contara, el sabio le propuso pasar la prueba de los tres filtros. El primero de ellos es el filtro de la Verdad que nos lleva a comprobar la veracidad del contenido de la murmuración. El segundo filtro es el de la Bondad: ¿lo que decimos sobre alguien, es algo bueno? Y el tercer filtro es el de la Utilidad: ¿es útil que yo lo sepa o cuente? Porque sí lo que quieres contar no es ni cierto, ni bueno, ni útil, ¿por qué quieres contarlo?
Algo para pensar y poner en práctica.
Por Miryan Andújar
Abogada, docente e investigadora
Instituto de Bioética de la UCCuyo
