Cuando le tocó defenderse, el salteño Hipólito Orellana (56, albañil) admitió que mató a cuchillazos a Nelly Beatriz Elizondo (69, jubilada), pero buscó atenuar su responsabilidad: ante el juez Guillermo Adárvez, aseguró que el 28 de noviembre del año pasado, por la tarde, llegó a la casa de la víctima en la calle Tumbes al 151, en Villa Hipódromo, Rawson. Que tomaron unos mates y él le pidió plata para pagar el alquiler, pero entonces la mujer asumió una reacción inesperada pues lo corrió de la casa y lo rasguñó. Entonces -declaró- fue que al pasar por la mesada tomó un cuchillo y le dio muerte (la autopsia reveló al menos 7 heridas). Al salir tomó su bicicleta, anduvo como media cuadra y pensó que como había ido a buscar plata, se volvió, dejó la bicicleta a unos metros de la casa de Nelly, tomó unos $28.500 y se fue a donde vivía en la Villa Cenobia Bustos, Rawson. Y de allí no se movió hasta que, ya en la madrugada del día siguiente, policías de Homicidios le cayeron encima y se lo llevaron preso.
Luego de analizar la prueba recolectada, el juez Guillermo Adárvez (Tercer Juzgado de Instrucción) entendió que los hechos sucedieron como los describió Orellana, con una diferencia: consideró que él la atacó y que la mujer intentó defenderse sin éxito, pues sólo alcanzó a rasguñar sus manos, sus brazos y su rostro.
El delito que le atribuyen al albañil tiene una única pena posible: perpetua.
Lo peor para Orellana es que ahora el magistrado entendió que cometió un homicidio triplemente agravado: por la relación de pareja que mantenía o mantuvo con la víctima, por violencia de género y por la alevosía, pues evaluó que la avanzada edad de Nelly y el hecho de que el imputado fuera menor que ella y tuviera mayor fuerza por su trabajo, colocó a la mujer en una situación de indefensión, dijeron fuentes judiciales. El juez también le imputó al albañil el delito de hurto, por llevarse el dinero de esa mujer a la que, por sus trabajos de albañilería, había conocido unos 4 o 5 meses antes del crimen y con la que llevó a entablar algo más que una amistad.
Había sido Marcelo, uno de los hijos de Nelly, quien se topó como a las 23 de aquel día con su mamá tendida en una sala en medio de un cuadro macabro, desangrada, con marcas de sangre en distintos lugares de la cocina y con varios muebles tumbados. El joven, como todos los días, fue a ver a su mamá para ver cómo estaba: ella lo esperaba con un batido de zapallo, cruzaban algunos comentarios y él partía a su trabajo en la panadería.
Orellana cayó enseguida porque un vecino de Nelly lo reconoció como el sujeto que llegó a la casa de la mujer y estuvo con ella cuando escucharon gritos y golpes. También lo vio de frente cuando partió y volvió por el dinero, indicaron.
La situación del albañil es bastante complicada, pues el homicidio que le atribuyen tiene una sola pena: perpetua.