El 8 de marzo, el mundo entero celebra el "Día Internacional de la Mujer". Se conmemora la lucha de las mujeres por su participación en la sociedad y su desarrollo íntegro como personas, en pie de igualdad con los hombres. Fue en 1911 cuando comenzó a celebrarse el "Día de la Mujer trabajadora", como consecuencia de una propuesta realizada en año anterior por Clara Zetkin en la II Conferencia Internacional de Mujeres Socialistas. Ya en 1977, la Asamblea de las Naciones Unidas, invitó a los Estados a declarar, conforme a sus tradiciones y costumbres, un "día internacional por los derechos de la mujer".
El 8 marzo trata de reivindicar la lucha por la igualdad efectiva de derechos para las mujeres. El origen secular de esta celebración no es óbice para que los cristianos nos sintamos animados a encontrar en Jesucristo un modelo de "reivindicador de la mujer".
María Magdalena no dijo frases majestuosas, sólo el dulce y respetuoso título de "Maestro". Luego, se convirtió en mensajera de lo que vio.
Jesús reivindica a la mujer
Como todo en Jesús, su reivindicación de "la mujer", encuentra su fundamento en el amor. Traigamos a la memoria el momento más importante de la historia de la salvación del cual fue testigo, primero, una mujer; y que la Iglesia nos propone en el evangelio de Juan 20, 11-18. El primer momento de ese domingo posterior a la crucifixión le tocó vivirlo a María Magdalena.
En la obra "Vida y Misterio de Jesús de Nazaret"; de José Luis Martín Descalzo, el doctor en teología, enseña: tras la muerte del Maestro amado, María Magdalena no sabía qué hacer con su vida.
Juan, en su evangelio, nos describe este encuentro. Pedro y Juan, tras comprobar que la tumba estaba vacía, pero sin haber visto a Jesús, regresaron a la casa donde permanecían ocultos, impresionados. Aún no creían en la resurrección.
María Magdalena, que tal vez había seguido de lejos a los dos apóstoles, no se resignaba. No le bastaba la tumba vacía. Lo buscaba a Él. Aún no lo imaginaba resucitado: "Entonces Jesús la llamó por su nombre: "¡María!". Ella se acercó a él y exclamó en arameo: "¡Rabboni! (que quiere decir Maestro)". Jesús le dijo: "No me retengas más, porque todavía no he subido a mi Padre; anda, vete y diles a mis hermanos que voy a mi Padre; a mi Dios, que es su Dios". María Magdalena se fue corriendo donde estaban los discípulos y les anunció: "He visto al Señor". Y les contó lo que Jesús le había dicho (Jn. 20, 11-18)".
La fe de María Magdalena
María Magdalena fue una mujer golpeada por la desgracia. Cuando los discípulos se fueron del sepulcro, ella se obstinó en quedarse allí. Lloró como una pobre mujer que no sabía ni lo que decía ni lo que hacía. No pensaba en la resurrección.
Cuando se encontró con dos personajes extraños en la tumba, no mostró susto. No les preguntó quiénes eran ni qué hacían allí. Se le había metido en la cabeza que alguien se había robado el cuerpo de Jesús. Por eso, cuando a sus espaldas, fuera del sepulcro oyó unos pasos y miró, no reconoció a Jesús. Lo contempló a través de sus lágrimas y de su tristeza. Jesús, dulcemente, preguntó el "por qué" de esas lágrimas.
Jesús se dejó reconocer. Juan, en el evangelio, pone en labios del Resucitado algo tan simple como un nombre familiar dicho de un determinado modo. Y basta ese nombre para penetrar las tinieblas.
Debemos detenernos un momento para medir la trascendencia de esta escena. Santo Tomás de Aquino comenta en su Suma Teológica: "¿Cómo es posible que Cristo empiece apareciéndose a una mujer, si Cristo se muestra a quienes han de ser testigos de su resurrección?" Y se responde a sí mismo: "Cristo se apareció a mujeres para que la mujer, que había sido la primera en dar al hombre un mensaje de muerte -con Eva- fuera también la primera en anunciar la vida en la gloria de Cristo resucitado".
Juan Manuel García Castrillón
