La vida está hecha de adioses y bienvenidas. Como en un ciclo vital, todo lo que comienza termina. Y cada final lleva en su ADN una nueva semilla. Nada de lo humano es eterno. Sin embargo, nos cuesta aceptar la finitud de las cosas. Cual hijos de Cronos (dios del tiempo humano, según la mitología griega), nos asimos al tiempo con mil zancadillas intentando detener su paso inexorable. Es una batalla perdida que sólo nos causa angustia y desazón. Cuando en realidad, el tiempo bien vivido es un gran aliado que le da sentido y perspectiva a la vida. No podemos vivir de recuerdos, ni eternizar el presente, porque la vida fluye y nos llevará puestos.
SABER DAR VUELTA LA PÁGINA
El tiempo es un libro que no siempre sabemos leer. Una lectura apresurada nos hace perder hermosos detalles o descripciones del autor. "De tanto correr por la vida sin freno// me olvidé que la vida se vive un momento", nos diría el cantante español Julio Iglesias ("Me olvidé de vivir", 1978). Pero tampoco es bueno estancarnos en el tiempo. Tenemos que aprender a dar vuelta la página, "a tiempo". No es una decisión fácil. Soltar cuesta, sobre todo cuando no avizoramos nuevos proyectos en el horizonte. Esta incapacidad, de alguna manera, deja en evidencia nuestras carencias.
Nos aferramos a metas como objetivos infinitos, olvidando que en su esencia hay un fin. La meta, efectivamente es un punto en el que termina una carrera. Por algo meta y fin son sinónimos, ambas tienen fecha de vencimiento. Y sí el lector me permite jugar con las palabras, diría que tal como sucede con los alimentos, vencido el plazo se pone en riesgo la salubridad o inocuidad de aquellos. De allí la importancia de no alterar la fecha de caducidad del etiquetado. Como dice el conocido refrán: "A buen entendedor, pocas palabras bastan".
UNA CUESTIÓN DE ACTITUD
Aprender a dar vuelta la página, no es una cuestión de edad sino de actitud o manera de proceder. Actitud que está emparentada con la templanza, una de las cuatro virtudes cardinales de la vida moral. Conceptualmente, la templanza es la virtud del equilibrio que nos orienta y modera en el uso de los bienes materiales y perecederos. Cada cual tiene en mayor o menor medida sus propios objetos de apegos, excesivos y desordenados. Para algunos será el dinero, para otros la fama, el trabajo, para otros el apego a los cargos o al poder. La lista es interminable. Pero en todos ellos hay un denominador común: muestran exceso, abuso, imprudencia y desenfreno.
LA CEGUERA DEL OBCECADO
Ahora bien, para la falta de moderación y equilibrio, no hay edad. Debemos ser claros en este punto. No se trata de años, sino del dominio de la voluntad para poner límites a nuestros deseos desvinculados del orden moral. La obcecación nos juega en contra, porque nos impide razonar las cosas correctamente. En ese sentido, la persona obcecada muestra tal ofuscamiento que es incapaz de ver cuál es el camino debido. Encerrado en su propia percepción de las cosas, el obcecado muestra cierta ceguera ante la verdad y el bien. Sólo desde la obcecación pueden mantenerse criterios o posiciones cuya falta de razonabilidad es evidente.
Decíamos que no es una cuestión de edad, pero el ímpetu propio de la juventud contribuya a esta falta de equilibrio y moderación. Tal vez por un tema generacional, soy más proclive a pensar que los años suelen dar sabiduría y prudencia. Aunque también debo reconocer que ello tiene sus excepciones y admita prueba en contrario.
La vida está hecha de adioses y bienvenidas. Pero mostramos nuestro temple moral cuando podemos reconocer que llegó el momento de dar vuelta la página. Siempre será bueno tener una meta cual estrella en el horizonte. Llama al compromiso y a la entrega. Pero nunca será bueno beberse de golpe todas las estrellas. En estos tiempos, política y socialmente tan convulsionados, necesitamos menos obstinación y más discernimiento para aprender a soltar y dejar ir.
Por Miryan Andujar
Abogada, docente e investigadora
Instituto de Bioética de la UCCuyo
