Sentimiento a flor de piel. Sólo hacía falta ver el rostro de los sanjuaninos, para adivinar qué les pasaba por la cabeza a la hora de recordar lo que allí se vivió hace más de 30 años.

 

La turba malvinense hizo todo lo posible para que los veteranos sanjuaninos no asciendan a la cima del Monte Longdon. La lluvia del lunes por la noche convirtió el suelo en una esponja, alimentando el mito de este terreno que presenta buena parte de las islas. Durante más de una hora las camionetas que transportaban al grupo se enterraron una y otra vez. Pero el ánimo estuvo intacto y, aunque sea caminando, los excombatientes quisieron llegar. Los 5 kilómetros entre la ruta y la parte más alta del monte fueron una verdadera trampa.

Como serían las ganas de los veteranos, que más de uno se embarró y colaboró para desenterrar a las 4×4. Y valió la pena. En el camino empezaron a aparecer las siluetas de los “pozos de zorro”, que son excavaciones que hacían los soldados argentinos rodeadas con piedras en forma de “U” para poner el armamento y protegerse del fuego enemigo. Y, un ingrediente que sacudió el ánimo del grupo, fue el hallazgo de vestigios de la guerra que estaban al alcance de la mano. Pedazos de cintos, pilas de radios, borcegos rotos, restos de municiones, mantas, medias y otros cacharros que utilizaban los soldados.

Los últimos 200 metros fueron a pie hasta el punto más alto. En esa parte, las ganas le ganaron por goleada al cansancio. Aceleró el paso César Rubina y Osvaldo Escalona, y un poco más atrás lo hicieron Duilio Dojorti, Adolfo Rojo y José Luis Muñoz. Fueron los primeros en ver desde el Monte la inmensidad del lugar y hacia el Noreste la parte urbana de Puerto Argentino, que además resultó toda una postal fotográfica.

Si bien en la cima hay todavía pertrechos argentinos, lo que se distingue es una serie de monolitos y santuarios que recuerdan a los combatientes ingleses caídos en ese sitio de la isla.

Mirando casi a la ciudad, sobre el filo de la cima, está un viejo cañón de 105 mm, una de las armas de las tropas argentinas para hacer blanco en los aviones ingleses. Los veteranos de artillería que tiene la delegación sanjuanina se apuraron a explicar cómo era el funcionamiento del arma, hoy oxidada pero que deja ver la leyenda “Industria Argentina” en la punta del caño de disparo. “Eran un fierro, se la bancaban”, destacó Osvaldo Escalona.

Los veteranos reconocieron la enjundia de los combatientes que estuvieron en Longdon; “no querían rendirse, pelearon hasta el final, en el fondo sabían que casi todo dependía de ellos”, reconoció el sanjuanino Elio De la Fuente. Es que fue la batalla que marcó la suerte de las milicias argentinas. Entre el 11 y 12 de junio todo el poderío inglés se volcó a hostigar esta posición de combate. En este sitio, en las últimas horas de enfrentamientos, la guerra fue casi cuerpo a cuerpo, con armas livianas en virtud que en un momento los soldados británicos empezaron a subir el monte y ganar terreno, lo que obligó al repliegue de los argentinos hasta la base de la cima. Todas son historias marcadas a fuego en la cabeza de este grupo de valientes sanjuaninos.

 

El té de piedra   

 

No son leyendas urbanas aquellas historias que hablan de la miseria que tuvieron que padecer los soldados argentinos en Malvinas. Dojorti habló del “té de piedra”. “Cuando se acabaron los saquitos, calentábamos una piedra (agarra una del suelo para mostrar que podía ser cualquiera), se le ponía azúcar al jarro y luego la dejábamos caer sobre el azúcar quemado para después echarle agua, ¡delicioso!”, destacó entre risas.