
Con el correr del tiempo se han conocido miles de relatos verídicos vinculados a las personas que lograron sobrevivir al terremoto de 1944. Si bien muchas de ellas han guardado silencio ante lo traumática que resultó la experiencia, hay algunas que comentaban con detalles lo que les tocó vivir. Doña Berta V., amiga de la familia de mi madre, de la zona de Concepción, sufrió esta tragedia con una cuota de desesperación, pero también de resignación. Les contaba a mis padres que había quedado sin nada, que no tenía dinero, que se le había caído el rancho, no tenía familiares cercanos y que el terremoto le había matado "al viejo", es decir su marido. Detallaba que el pobrecito "no pudo escapar porque estaba borracho y en el momento del temblor estaba durmiendo en el dormitorio. Como se cayó todo el rancho, lo aplastaron los palos y las paredes de adobes lo terminaron de sepultar". Señalaba que ella se salvó porque venía del planchado, ya que era el medio de vida que había encontrado para colaborar con su casa.
En su relato decía: "He quedado sola, sin tener qué comer y sin dinero, y además ya no voy a tener trabajo, porque a mis patronas se les cayeron también sus casas".
Más adelante Doña Berta describía que de un momento para otro su dormitorio se convirtió en un montículo alto y lleno de palos, cañas y adobes, de donde nunca pudo sacar a su marido.
Sus últimos días en San Juan los pasó en una carpa colectiva de emergencia que trajeron de la provincia de Mendoza y que habían instalado en el Parque de Mayo.
Les decía a mis padres que cuando regresó a dos días del terremoto, al lugar en el que había estado su casa, a ver qué pasaba con su marido, él ya no estaba. Los rescatistas se lo habían llevado y al igual que miles de muertos fue quemado y depositado en fosas colectivas, pues el tifus empezaba a hacer presencia.
Doña Berta V. se consolaba y repetía: "Pobre mi viejo, no sintió la muerte, para algo le sirvió estar borracho".
Días después las ayudas de alimentos, y agua, llegadas casi en forma inmediata, eran entregadas en las plazas o cualquier espacio libre de escombros y lejos de los muertos. Largas colas y muchísima gente, que debían ser ordenadas por las fuerzas policiales, se daban cita en estos sitios. Había mucha necesidad y mucho hambre.
Con el tiempo mis padres se enteraron que Doña Berta V. se fue a vivir a Mendoza y a los pocos años falleció, se decía de pena.
Por Leopoldo Mazuelos-Corts DNI 5.543.908
Foto: José Mazuelos.
