Escucho turbada y con fastidio como aumentan las agresiones verbales que, sin pudor y sin mesura, exhiben, en sus internas, las dos principales fuerzas políticas del país. Mientras que, del otro lado, un candidato del arco opositor ruge palabras ofensivas hacia algunos de sus contrincantes. Ante tanta exasperación y agravio, poco espacio queda para el debate serio, civilizado y democrático de ideas. Todo en un eterno y exasperante déjà vu (término francés que significa "ya visto"). Es como si el carrusel nunca dejara de girar. Es inevitable sentir como propio el "Yo ya estuve aquí" de Abel Pintos, en una hermosa canción (2013)
LA CONCORDIA QUE NOS FALTA
Es entonces cuando la imagen de aquella mujer de mediana edad, hija de Júpiter, vuelve a visitar mi memoria: la diosa de la concordia (diosa de la harmonía en la mitología griega). Los otros días la recordé en el marco de una amena conversación con un sacerdote amigo. La recordé con su cabeza cubierta de velos y un ramo de olivos en su mano. Así fue inmortalizada por los romanos como la diosa que traía armonía a familias y pueblos. En la Roma Antigua, las guerras y discrepancias arreciaban cada vez con mayor crueldad. Las agresiones verbales y físicas mostraban una violencia desmesurada que preocupaba a emperadores y al pueblo mismo. No es de extrañar entonces, que su culto se extendiera de los hogares a las plazas públicas y principales templos romanos de aquel entonces. Paganos o no, lo cierto es que las manifestaciones religiosas de los distintos cultos, espontáneamente, tienden a estar presentes en la sociedad, en la esfera de lo público. La connatural sociabilidad humana lleva a ello. Pretender relegar la religiosidad al ámbito de lo privado, es no entender ni la naturaleza humana ni el fenómeno religioso.
CONCORDIA O LA DIOSA ERIDES
Poco veo por estos lares y en estos convulsionados tiempos, vestigios de los valores que representaba la diosa romana de la concordia. El acuerdo, la armonía, el entendimiento y la tolerancia. Quienes la invocaban, incluso los más crueles enemigos, debían dejar de lado en sus disputas, todo gesto de violencia. Al parecer, su opuesta romana, la Discordia (Erides en la mitología griega), instaló sus huestes en nuestras tierras, especial y lamentablemente, en el ámbito de la política. Obviamente, los insultos, agravios, faltas de acuerdos en el "territorio de lo común" y respeto en las diferencias, están muy lejos del equilibrio y entendimiento que le deben no sólo a la política, una de las más nobles vocaciones, sino a la sociedad toda.
Faltaría dilucidar cuál es la "manzana de la Discordia" por la que tanto disputan. Intuyo que aquella manzana de oro que desencadenó la sangrienta guerra de Troya, no es otra cosa que la lucha despiadada por el poder. Subrayo que lo de "despiadada" no se refiere a la legítima lucha, sino a la forma agresiva y beligerante que adquiere, sobre todo, en años electorales. También destaco que hay numerosas excepciones en políticos de todos los espacios, que honran la política con su vocación de servicio.
Sólo faltaría cambiar la leyenda originaria de aquella manzana de oro que decía "Para la más bella". Queda a elección de cada lector. Como así también quedará a elección de cada ciudadano qué habrá de votar en el acto eleccionario: Concordia o la diosa Erides. Que nadie ni nada nos quite la alegría de poder elegir. Un logro de nuestra joven democracia que, con mucho esfuerzo y sangre, supimos conseguir.
Por Miryan Andujar
Abogada, docente e investigadora
Instituto de Bioética de la UCCuyo
