De golpe nos cayó una bomba. Pero hizo implosión. Desde adentro, con el terror de la invisibilidad, nos empezó a dejar sin aire. Sin explicaciones. Sin escape. Entonces nos cubrimos para sobrevivir durante este 2020. Nos agazapamos, escondimos medio rostro como animales asustados en la sombra. Tomamos distancia, nos replegamos, nos encerramos. Empezamos a lamentar cómo el miedo salía a recorrer las calles por nosotros. Nos convertimos en un castillo sin murallas, en un cuerpo frágil a merced de un enemigo que, sin avisar, te tomaba. Y te mataba.
De golpe nos explotó y se llevó más de 300 padres, madres, abuelos, hermanos, compañeros, amigos. Nos arrojó a la zozobra. Se ensañó con nuestros viejos. Se atrevió con nuestros hijos. Así de acojonados nos tuvo: caían ruidosas las persianas, arañaba o apuñalaba a más de 15.000 de los nuestros, y eso no le bastaba, y seguía, y se atrevía.
Y nosotros, con la mordaza hasta la nariz, las manos cuarteadas de tanto rasguñar las piedras. Nosotros, la resistencia, pegábamos los codos con el de al lado, con el que tenía en la mirada un abismo de preguntas inconclusas. Pero nos encontrábamos y nos reconocíamos en ese juego de espejos. Entonces inventábamos un código a la altura de los abrazos.
Nosotros, los sobrevivientes. Ingenio y voluntad. Le buscamos la vuelta. Reaprendimos a enseñar. A curar. A cuidar. A escuchar. Revolvimos los escombros y comenzamos a armar pequeñas fortalezas. Salimos a los tropezones, en zigzag, por el campo minado. Armamos redes nuevas, más fuertes, paridas en la desesperación que le da sentido a la fe.
Nosotros fuimos asimilando. No siempre confiando, no siempre convencidos, decidimos afinar los riesgos. Recalcular el aliento. Nutrirnos de gestos. De distancias que, de tanto sostenerlas a la fuerza, se convirtieron en puentes.
Creemos que está por amanecer. Hemos decidido creer en eso. Hemos apostado por la victoria de la paz. Por la restauración de lo que quede restaurable. Pero sobre todo, una vez más y como siempre, hemos aprendido a construir lo que asoma como construible. Por los que cayeron. Por los que quedamos. Por los que contarán, cuando esto sea un recuerdo o una estadística más, que hubo un ejército improvisado y heterogéneo al que en 2020 un virus le hizo explotar el cuerpo. Pero que la siguió peleando para que la infección no le tomara al alma.