Las procesiones en la época de la colonia, por lo general, estaban encabezadas por la imagen de un Cristo flagelado y otras representaciones artísticas de la pasión.

La Semana Santa en aquel lejano San Juan colonial era celebrada con respetuoso recogimiento y piedad, siguiendo rigurosamente los preceptos emanados de aquella rígida cultura Ibero-Católica. A diferencia de otros lugares del Virreinato del Río de la Plata, los rituales o religiosidad dominante era la peninsular. La típica tranquilidad de aquellos días se veía interrumpida por los distintos actos sacros que ponían su nota de solemnidad y respeto. 

En San Juan esta conmemoración era muy esperada por los devotos y fieles. Según nos relatan los historiadores locales, para estos días se acordaron de una serie de disposiciones que luego, en el transcurso del tiempo, fueron perdieron vigencia. Una de ella se refiere a que se declaraba durante toda la semana una estricta feria judicial. Juntamente con este mandato, el entonces Cabildo, se preocupaba por atender todos los pormenores para que los distintos ritos sacros, resultaran meritorios y piadosos. 

En este sentido, relata Horacio Videla, las calles eran rigurosamente aseadas y se prohibía a la población circular a caballo y en carretas por las calles donde se realizaría el recorrido de los vía crucis. Además los teatros y otros sitios de esparcimiento social, cerraban sus puertas al público, para reabrirlas jubilosamente recién llegado el Domingo de Pascuas. 

En cuanto a los principales actos litúrgicos que se efectuaron, sobresalieron la procesiones del jueves y viernes santos alrededor de nuestra plaza principal, a la que asistían el clero en pleno, junto con ordenes religiosas, cofradías, autoridades políticas y todo el pueblo en general.

Estas procesiones estuvieron encabezadas por la imagen de un Cristo flagelado y otras representaciones artísticas de la pasión. Otros ritos litúrgicos tuvieron como escenario la Iglesia Matriz, Santo domingo, San Agustín y La Merced. Llegado el Sábado de Gloria, las campanas de loas, vaticinaban la ansiada Pascua, que ponía fin al recogimiento y a los días de abstinencias.

En cuanto a las celebraciones en zonas rurales o alejadas, también se efectuaban fervorosamente, especialmente los vía crucis, alrededor de alguna capilla. Si no asistía sacerdote, una rezadora laica respetuosamente dirigía los distintos actos y rezos.

En tales ocasiones algunas familias exteriorizaban su espiritualidad, mostrando distintos objetos de la imaginería religiosa, fundamentalmente representaciones iconográficas.
 

Por Prof. Edmundo Jorge Delgado
Magister en Historia