El peligro de agotamiento de los recursos naturales y transformación de los ecosistemas, debido a la forma de vida de la humanidad, con el paso de los días se agrava por una falta de conciencia que está consumiendo los elementos que dispone el planeta y no los tendrán las futuras generaciones. Cada año se emplea un 20% más de los recursos que se pueden regenerar naturalmente, por una sobreexplotación irracional.

Como un recordatorio con fecha de vencimiento, el Fondo Mundial para la Naturaleza recordó el pasado 29 de julio el Día de Sobrecapacidad de la Tierra, con la advertencia de que los seres humanos estamos acabando sistemáticamente con los recursos naturales del planeta y los niveles de calidad de vida empezarán a declinar hacia el año 2030 si no se adoptan medidas urgentes de contención y replanteo de hábitos y conductas de ahorro que lleven a evitar el derroche de recursos que se observa en algunas actividades económicas.

La crisis de subsistencia de vida hace referencia a los recursos bióticos, con ciclos de regeneración por encima de su nivel de aprovechamiento, cuyo uso excesivo puede convertir en recursos extintos, como los bosques naturales y la pesca, que actualmente presentan grandes déficits por un abuso y mala planificación en la explotación que se realiza en forma intensiva. Y los recursos no renovables de presencia limitada, porque su regeneración es incierta, como los minerales y los combustibles fósiles, entre ellos el gas natural que se torna indispensable.

Como afirma la Agenda 2030 de las Naciones Unidas para el Desarrollo Sustentable, el futuro plantea para los seres humanos un doble desafío: conservar las múltiples formas y funciones de la naturaleza y crear un hogar equitativo para las personas en un planeta con recursos limitados. El presupuesto ecológico de la humanidad acaba de terminarse como si hubiese un 78% más de planeta a su disposición.

Esto es en términos promedio, porque si los desbordes se miden por nación, Estados Unidos lidera en ritmo de consumo de recursos naturales por habitante cuya demanda necesitaría cinco planetas para satisfacerla. El precio de este déficit ecológico es devastador para la naturaleza al contribuir al aumento de la deforestación global, la pérdida de biodiversidad, el agotamiento de la pesca, la escasez de agua dulce, la contaminación del aire y el recrudecimiento del impacto del cambio climático con alteraciones cada vez más severas y dañinas.